Crítica de Central Intelligence / Un espía y medio

Central Intelligence gira en torno a una ex estrella deportiva de la secundaria convertida en contador que es contactado por un antiguo compañero que solía ser un perdedor víctima de los abusivos, pero que ahora es un asesino a sueldo de la CIA. Este convocará al primero para que lo ayude a frustrar un plan para vender secretos militares clasificados.

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No hay dudas de la estelaridad que le aporta Dwayne «The Rock» Johnson a todas las películas en las que esté presente, incluso aquellas que deberían hundirse sin tener el carisma del ex-luchador. Central Intelligence es uno de esos hundimientos, una película con una trama a medio cocinar que se extiende más de lo que debería y termina ahogando muchos buenos momentos con una historia trillada y de poco valor.

El comienzo de la misma, eso sí, es decididamente inspirado. El chico más popular del colegio, a punto de graduarse, y el rellenito inadaptado cruzan sus caminos de la manera mas vergonzante posible, en un momento que los marcará para toda la vida. 20 años después, la joven promesa de la secundaria tiene un trabajo de oficinista más que normal y añora lo que pudo ser su promisorio futuro. En contraste, el joven del cual todos rieron es un gigantesco bonachón que un buen día se contacta con aquella persona que alguna vez tuvo la decencia de ayudarlo, para rememorar el pasado. Cerveza va y viene, los dos terminan enfrascados en una aventura de espionaje en la cual todos sospechan de todos y los tiros no se hacen esperar.

La idea detrás del guión del comediante Ike Barinholtz, David Stassen -tiene en su haber varios capítulos de la comedia The Mindy Project– y del mismo director Rawson Marshall Thurber (Dodgeball, We’re the Millers) tiene una buena base, con el tema del bullying y las promesas frustradas de la juventud, encapsuladas genialmente en el disparatado Bob Stone de Johnson y el decididamente apaciguado Calvin de Kevin Hart. Pero el brillo de ambos y su química rayana en el bromance sólo pueden llegar hasta cierto punto con una narrativa de espías vista una y otra vez, con poquísimas sorpresas amén de un par de cameos entremedio.

Las escenas de acción compran, sobre todo por la confusión con las que Hart las encara, metido en un complot que no comprende, y Johnson sacando a relucir la estrella de acción de la que está hecho y nunca defrauda. Pero el conflicto se estira hasta límites insospechados y, cuando no hay novedad de por medio, termina aburriendo. Es muy raro que las palabras «aburrido» y «The Rock» terminen en el mismo párrafo, pero es una triste verdad. Quizás la próxima vez haya más suerte, pero en esta ocasión su toque de Midas no fue suficiente.

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