Crítica de The Man Who Knew Infinity

Cuenta una historia real sobre una amistad que hizo que la forma en la que se estudien las matemáticas cambiara para siempre. En 1913, Srinivasa Ramanujan, un indio autodidacta, emprendió un viaje a Cambridge, donde forjó un vínculo con su mentor, G. H. Hardy.

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A través de la historia han desfilado algunos personajes tan importantes y relevantes que han tenido más de una revisión en el cine, de tan grande que es su obra o leyenda. Otros, más ignotos pero no por ello menos sobresalientes, tienen que esperar su momento oportuno para que alguien reflote sus hazañas de vida. En The Man Who Knew Infinity, a cargo del director y guionista Matthew Brown, le toca el segundo turno al indio Srinivasa Ramanujan -la primera fue en su país de origen, en 2014-, un pionero en el campo de la matemática teórica que tuvo una vida salida de un cuento de hadas y la película así la retrata, con todo lo que conlleva contar una biografía como una fábula mágica.

Demasiado edulcorada en su narrativa, tiene en su centro al incansable Dev Patel como Ramanujan -parece que es el único indio disponible en el cine mainstream-, que encarna al joven matemático con una mente brillante -ejem-, que agota todas las posibilidades para darse a conocer en el mundo. El único que se fija en él por sus méritos y no su apariencia es el renombrado matemático G. H. Hardy, que encarna con la calidad de siempre Jeremy Irons, y es en esa dupla que la película encuentra el carisma necesario para subsistir en un ambiente en el que las historias de vida ya han sido más que contadas y en mejores condiciones por otros directores.

No por eso se desmerece la labor de Brown, ni las emociones que pretende inspirar en los espectadores, pero sólo los más ávidos de relatos de superación podrán encontrar al film completamente encantador. Uno de los principales problemas que suelen suscitarse en este tipo de producciones es la bajada de línea moral y, en este caso, teológica. Por un lado, hay personas y profesores malos, malísimos, que atacan al pobre Ramanujan por dejarlos en ridículo con su mente veloz. Por el otro, el ateísmo de Hardy versus la visión divina de cómo le llegan los números a Ramanujan, sin tener prueba fehaciente de los procesos matemáticos para llegar a ellos. Hay muchos blancos y negros, y pocos matices grises como para provocar un pensamiento profundo tras salir de la sala.

En definitiva, The Man Who Knew Infinity es carne de cañón para aquellos que gocen de conocer vidas ajenas extraordinarias y agradezcan el triunfo del espíritu de otros. Lamentablemente, la película es demasiado solemne consigo misma y el hecho de seguir a rajatabla los conceptos de las biopics no le hace muchos favores.

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