Crítica de Ley Primera

Dos hermanos gemelos, nacidos en el Impenetrable chaqueño, expresan una guerra de intereses. Uno vive y defiende la cultura en la que nació, y su gemelo, criado en Estados Unidos, vuelve a ejecutar los planes del gran capital. Su vida de lujos, la compañía de bellas mujeres y la distancia del idioma, no serán suficientes para impedir la reacción de su interior ancestral ante la violencia extrema que se ha desatado en su pueblo natal.

«Es mejor que aprender mucho, el aprender cosas buenas»
(José Hernández, Martín Fierro)

A más de cinco años del estreno de la infame Cruzadas, el director Diego Rafecas (Un Buda, Paco) vuelve a la carga con Ley Primera, un fallido y cuestionable proyecto que intenta arrojar luz sobre un hecho oscuro y poco abordado de la historia argentina. Uno que genera indignación desde los créditos iniciales, cuando se lista a María Cristina Capitanich como una de las productoras ejecutivas de un proyecto que trata de mostrar lo sucedido a todas las culturas originarias del planeta, apellido compartido con el ex Gobernador de Chaco que poco hizo para proteger a las comunidades durante su mandato.

La película abre con tomas aéreas que resaltan la belleza del inhóspito paisaje, algo que se repetirá más adelante con escenas filmadas en espacios abiertos. A partir de ello comenzará una trama enrevesada que poco hace para aliviar la confusión. Hay conflictos familiares, entre clanes y políticos, todos atravesados por el elemento cultural. Todo subrayado y sin un ápice de sutileza, falta de delicadeza que se había visto en el trabajo anterior del realizador. Aquella que muestra a los funcionarios gubernamentales como meros burócratas corruptos o al gran capital como un empresario perdido en un mar de drogas y sexo –innecesaria la escena del director en un trío con Liz Solari-, quien establece una férrea barrera con sus familiares al no hablar en su lengua natal, sino en inglés.

Lo cierto es que hay un prácticamente nulo desarrollo de personajes, al punto de que algunos se conocen por nombre recién cuando llegan los créditos finales. Por el contrario, lo que se propone son múltiples escenas redundantes que tratan de reflejar los distintos modos de vida de sus protagonistas. Los pueblos originarios son los buenos por el hecho de ser las víctimas, aunque está el líder del clan Maidana (Roberto Vallejos) que es un drogadicto y abusador que también trafica en la zona. Sus representantes son Mico (Juan Palomino) y Simón (Rafecas), el primero un abogado, el segundo un chamán, viejos amigos ahora algo distanciados, después de que la mujer de Simón se casó con el otro. Priorizando la entrega de un mensaje, se indaga poco y muy tarde en las cuestiones personales o familiares, que podrían haber generado otro interés en estas personas.

Es loable el compromiso con el idioma qom, más allá de que este no colabore al entendimiento de la propuesta. En lo personal, la versión que recibí es una que aclara que le “faltan procesos de imagen y sonido”. Hay que esperar que esto haya sido corregido al momento de llevarla al cine, dado que el audio por momentos es realmente terrible –sube y baja sin motivo aparente y si no fuera por los subtítulos se perdería buena porción de lo que ocurre- y los efectos son todavía peores –el puma en los ojos y la choza que se prende fuego son los ejemplos más groseros-.

La confusión es una constante que se establece desde el primer minuto, pero esta crece en forma exponencial al momento en que se trata de establecer un paralelismo explícito con la masacre impune de Napalpí, aquella en la que la policía chaqueña asesinó a cientos de indígenas que hacían una huelga pacífica. Esto, que forma parte del «infierno adentro» que carga el empresario Máximo, se ve explicado de manera torpe y forzada, en el marco de una llamada telefónica que usa la voz en off como narradora. El mensaje se apodera de la película y esa invitación a la reflexión que propone pasa a ser, más bien, una propuesta aleccionadora y falaz con un optimismo mentiroso, cuyas resoluciones dejan mucho que desear.

Diego Rafecas es un director que asume ciertos riesgos, pero hay que ver si estos están justificados. Es destacable el querer hacer una película de denuncia sobre un tópico delicado como es el avasallamiento de los pueblos originarios, haciendo eco sobre un hecho terrible que la memoria ignora. Pero que el realizador asuma un doble rol protagónico como dos gemelos nacidos en el Impenetrable chaqueño, con crianzas muy diferentes, hace mucho ruido y no es creíble -para el caso, no es el único que no está bien frente a cámaras-. Él ha demostrado poder convocar a grandes elencos para cada una de sus películas y Ley Primera no es la excepción, con Armand Assante (American Gangster, Judge Dredd) y Adriana Barraza (Babel) como las caras visibles de un equipo que alguna vez pudo contar con Pierce Brosnan o Mads Mikkelsen entre sus filas. El por qué guardarse para él los papeles más importantes de la película, es algo que escapa al entendimiento.

La música de Andrés Ciro Martínez (Los Piojos, Ciro y los Persas) suena bien pero desconectada de lo que se muestra, sensación generalizada en la que tampoco ayuda la edición. Y uno de los mayores problemas es sin duda el abordar distintas líneas argumentales que no terminan de confluir y que corren una al lado de la otra, realzando esa confusión presente desde el inicio.

estrella15

 

 

 

 

[ratingwidget_toprated type=»pages» created_in=»all_time» direction=»ltr» max_items=»10″ min_votes=»1″ order=»DESC» order_by=»avgrate»]