Crítica de The Wailing / En Presencia del Diablo

La vida de un pueblo coreano se ve alterada por una serie de asesinatos salvajes y misteriosos. Los rumores y las supersticiones se propagan a causa de la presencia, desde hace poco tiempo, de un anciano extranjero que vive como un ermitaño. Jong-goo, un policía cuya familia está directamente amenazada, también cree que se trata de crímenes sobrenaturales.

Tras el estreno de la gran Train to Busan, llega a la Argentina otro exitoso film de origen surcoreano, que confirma la excelencia de dicho país en materia de cine de género. The Wailing (Gokseong) es un thriller de terror sobrenatural, con mucho suspenso, que sumerge al espectador en una bellísima aldea rural en las montañas de Corea del Sur. Uno repleto de impactante imaginería religiosa –se pueden trazar muchos paralelos bíblicos- y hermosos paisajes, que albergan una historia de credo, miedo a lo desconocido e impotencia ante una guerra terrenal entre fuerzas que no son de este mundo.

«Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo». El film abre con una cita al Evangelio según San Lucas, cuyo señalado versículo es una referencia directa a los acontecimientos que van a seguir. La fe o la falta de ella son dos elementos que serán cultivados con cuidado por el guionista y director Na Hong-jin(The Yellow Sea, The Chaser), quien dispersa innumerables alegorías católicas que ofrecen pistas sobre el sentido de su relato. Sin dudas se pierde cierta potencia en el marco de sus excesivos 156 minutos, pero no por ello deja de ser contundente.

En el centro de la acción está Jong-goo, un sargento de la Policía algo torpe, asustadizo e involuntariamente gracioso. En su aldea Gokseong ha comenzado una cadena de salvajes homicidios, de parte de autores que parecen desconcertados una vez que concretaron el acto. El pueblo pone como foco de atención, desde el primer momento, a un japonés recientemente mudado que vive en soledad y recluido en la montaña. Hay una condena generalizada hacia el extranjero, una suerte de tensión xenófoba que el protagonista rechaza hasta que descubre que aquel efectivamente está vinculado con estos brutales acontecimientos.

La cámara de Na Hong-jin nos adentra en este territorio rural, con planos abiertos que realzan la belleza del paisaje. También nos conduce como quiere por una historia que se desenvuelve de manera excelente, con un argumento que se complejiza a medida que la acción progresa y que engaña al espectador al tiempo que lo hace con sus personajes. El ritmo pausado y las múltiples vueltas de la trama ayudan a profundizar la duda permanente en base a lo que se está viendo, sin terminar de comprender hacia dónde deben estar dirigidas las lealtades. En el proceso, el director obtiene algunas de las secuencias más atractivas y sorprendentes de lo que se vio en el año, como la del absorbente doble ritual en simultáneo. Y así consigue, en definitiva, otro notable exponente del cine coreano, que podría haberse beneficiado de un recorte en su desmedida duración.

estrella4

 

 

 

 

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