Crítica de El Otro Hermano

Cetarti, un empleado público que acaba de ser despedido, viaja desde Buenos Aires a Lapachito. Debe hacerse cargo de los cadáveres de su madre y su hermano que han sido brutalmente asesinados, y con quienes no lo une ningún lazo afectivo. Allí conoce a Duarte, una suerte de capo del pueblo y amigo del asesino de su madre, con quien establece una extraña sociedad para gestionar y cobrar el dinero del seguro.

El Otro Hermano supone una notable vuelta en forma de Israel Adrián Caetano, quien no se fue a ningún lado, pero cuyo último gran trabajo tiene más de una década (Crónica de una Fuga). En el medio están Francia, su documental de Néstor Kirchner y la fallida Mala, pero esta nueva película marca su regreso al terreno policial en el que se había lucido en más de una oportunidad, como con la enorme Un Oso Rojo. Una adaptación de «Bajo este sol tremendo», de Carlos Busqued, resulta en un thriller slow burn filmado con pericia, en el marco de una atmósfera ruin y foránea que se realza con destacadas interpretaciones.

Cetarti llega en auto a un pequeño pueblo en el Chaco, para ocuparse de los trámites por el brutal asesinato de su hermano y madre, con quienes no tiene vínculo desde hace tiempo. Desde el minuto inicial conoce a Duarte, una suerte de mandamás en el lugar, un hombre que da la sensación de ser un típico «busca» argentino –un oportunista-, pero que con el correr del tiempo demostrará ser mucho más peligroso. Daniel Hendler le pone el cuerpo al primero, un adulto abúlico que deambula por los eventos de la película con absoluta apatía, algo que se ve reforzado por su exceso de peso. Leonardo Sbaraglia, en un gran momento en su carrera, se luce en la piel del segundo, un policía retirado con olor a represión, que se devora la película en cada intervención. Ante los ojos de Cetarti es el ventajero que conoce todo el funcionamiento de la zona y trata de aprovechar para sí sus recursos, mientras que para otros se presenta como un amenazante secuestrador extorsivo. En ambas facetas es absolutamente carismático y es parte de la intriga el descubrir cuándo Cetarti conocerá a las dos.

Sostenido en la buena banda sonora de Iván Wyszogrod y la destacada fotografía de Julián Apezteguia, Caetano propone un relato cruento y violento que se cocina a fuego lento, sin ninguna intención de apurarlo. El realizador contiene la acción en un limitado grupo de individuos que se desenvuelven en esta suerte de margen social, en el que las opciones económicas viables son la delincuencia o la compraventa de chatarra. Allí se encuentran sólidos compañeros para la mencionada dupla protagónica, como son Alián Devetac, Pablo Cedrón, Ángela Molina y Alejandra Flechner, cada uno con buenos personajes desarrollados que fortalecen la potencia de la película.

Lapachito se muestra como un páramo abandonado, de terruños decadentes en los que no se encuentra más que polvo y miseria. Ahí hay una necesidad acuciante de conseguir plata, algo que Duarte sabe perfectamente cómo hacer. Sin trabajar, claro, sino más bien aceitando los engranajes burocráticos que pueden llegar a garantizar una pensión, presentando al hombre indicado para comprar toda la porquería acumulada o, por supuesto, con su cara menos conocida y peligrosa. El estado de su casa es un ejemplo de esto, una mansión en comparación a los espacios habitados por todos los demás que viven en una pobreza casi absoluta. El mayor desalmado es quien reina en un territorio donde la crueldad abunda, en la que el personaje central es un ser desganado y carente de emociones, que de a poco resbala por la pendiente del otro.

estrella4

 

 

 

 

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