Crítica de Bacalaureat / Graduación

Romeo es un médico de casi 50 años que dejó atrás las ilusiones relacionadas con su matrimonio, ahora acabado, y su Rumania, destrozada por los acontecimientos. Para él todo lo que importa ahora es su hija, de 18 años.

«El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe» declaraba Jean-Jacques Rousseau en el siglo XVIII y después de 300 años parecería que la sentencia, con más o menos adeptos y críticas, mantiene vigencia. Aunque el film rumano Bacalaureat no trabaje el concepto directamente, aún así el mismo se convierte en el punto de partida de una historia realista en línea con la ola del nuevo cine rumano.

Cristian Mungiu escribe y dirige este relato que hace foco en Romeo, un hombre de posición acomodada y respetada, cuya hija se ve atacada en plena época de los exámenes que definirán su futuro. El realizador trabaja de forma brillante a la hora de presentar el gran abanico de personajes que forman parte del conflicto y la relación con el protagonista, que a la vez mantiene sus propios dilemas internos. Mungiu logra que en los primeros minutos estos queden establecidos sumado al objetivo principal de este padre: que su hija logre promocionar sus evaluaciones para irse del país.

La necesidad del hombre expone la calidad de realismo y relato negro que describe esta pequeña ciudad habitada por los personajes, una ciudad gris, monótona y peligrosa que parece corromper los honestos ideales de un Romeo obligado a rebajarse al mismo nivel de aquello que quiere evitar. Tanto él como los distintos protagonistas de Bacalaureat, algunos con métodos de mayor o menor cuestionamiento ético, se encuentran trazados por un idealismo que se ve en crisis debido a la injusticia que prevalece en las instituciones.

Moderar la actuación de los interpretes refuerza esa sensación de sopor y rendimiento, especialmente por parte de Romeo (Adrian Titieni) y su esposa Magda (Lia Bugnar) -a la vez enfrentados en una crisis matrimonial definitoria-, proyectando su esperanza en la migración de su hija, Eliza. Esto, a la vez, al carecer de situaciones de gran intensidad dramática y gozar de una marcada linealidad emocional, perjudica a la hora de formular el mensaje por la naturaleza permanentemente sombría de la narración.

Cristian Mungiu deja expuesto en dos horas, que bien podrían ser menos, cómo la desigualdad social y la alienación hacen mella en la honestidad de unos ciudadanos que descubren que incluso con la intención de llevar a cabo justicia, o lo que ellos consideran correcto, deben transitar el camino de una inmoralidad insoportable. Aún así, siempre hay un haz de luz que se divisa al final del camino.

estrella4

 

 

 

 

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