Crítica de Abattoir / Recolector de Pecados

La vida de la periodista de bienes raíces Julia Talben cambia drásticamente cuando su familia es brutalmente asesinada. Lo que parecía un caso simple de resolver, se transforma en una historia mucho más grande cuando ella regresa a la escena del crimen…

Quitando de la ecuación al prolífico James Wan (Insidious, The Conjuring), Darren Lynn Bousman es el único director de la saga de suspenso gore Saw que supo destacarse por fuera del terreno de Jigsaw. Tampoco es que han habido tantos directores en el ruedo pero, con tres secuelas bajo el brazo, es el más reconocido por fuera del malayo. Su último intento de embeberse en el horror lo constituye Abattoir, donde un concepto más que interesante queda perdido en el pantano que resulta su pobre ejecución.

El abattoir del título es lisa y llanamente un matadero, una casa construida a base de habitaciones donde han ocurrido crímenes atroces. Tal vivienda llama la atención de la periodista de noticias de bienes raíces (?) Julia Talben (Jessica Lowndes) que, tras la pérdida de seres queridos, decide seguir la pista inmobiliaria hasta el dueño de semejante proyecto macabro. Hasta ahí venimos bien. Es una idea novedosa, con potencial sumamente tétrico. El problema de Bousman y el guionista Christopher Monfette es que, para llegar a ese oscuro hogar, disfrazan a la historia como un policial al estilo de los años ’50. Hay mucho noir transpirando en cada fotograma, incluso en la manera en la que se viste la protagonista, pero la historia se desarrolla en la actualidad, así que la anacronía es evidente y puede mover de eje al espectador, dejarlo confundido. Y no es lo único que puede desorientar. Hasta llegar al quid de la cuestión, Julia y su compañero de turno, el detective Grady de Joe Anderson, van siguiendo pista tras pista en un camino sinuoso y extraño. Cada personaje que se encuentran es más extravagante que el anterior, culminando con la madrina del horror que resulta la genial Lin Shaye, que levanta cualquier película en la que esté presente.

No es culpa de Lowndes, ni de Anderson, ni Shaye, pero la trama no termina nunca de conectar y un paso sigue al siguiente hasta terminar en la casa en cuestión. Pero hasta llegar ahí, el horror es prácticamente inexistente, al punto de empujar al espectador al tedio absoluto. Los productos de Bousman vienen cada vez más cuidados en lo que a producción respecta, así que al entrar al abattoir el diseño destaca por sus imágenes fantasmagóricas y recovecos mortales. Pero una vez adentro, la poca efectividad del guión de generar empatía con la historia y/o el destino de sus personajes deja su víctima más importante: las ganas del espectador de continuar.

Hay que darles pulgares arriba a Abattoir por el concepto arriesgado pero, como es usual en estos casos, la aproximación y ejecución le resultan mortales a una película que tiene destino final, pero no uno que interese demasiado.

estrella2

 

 

 

 

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