Crítica de Sólo se vive una vez

Leo es un estafador que deberá asumir otra personalidad para huir de los sanguinarios Duges, López y Harken.

En los últimos años, las coproducciones entre Argentina y España fueron los estrenos nacionales de mayor llegada al público, ya sea por sus figuras o la posibilidad de estar en varias pantallas de cines comerciales. Kóblic, Al final del túnel, Sin hijos y Casi leyendas son algunas de las películas de la línea de Sólo se vive una vez. El director Federico Cueva no apuesta a una figura española perdida entre un reparto de argentinos reconocidos, sino a tres actores que pisan fuerte en el viejo continente y, en el caso de uno, en todo el mundo: los españoles Santiago Segura, Arancha Martí, Hugo Silva y el francés Gerard Depardieu. El cuarteto internacional acompaña a Peter Lanzani, Pablo Rago, Darío Lopilato, Eugenia «China» Suárez y Luis Brandoni en una ópera prima de acción ochentosa cargada de explosiones, gags y personajes tan estereotipados como bizarros.

Leonardo (Lanzani) es un ex convicto que, luego de haber sido testigo de un asesinato, consigue casi sin querer la patente de un fórmula que necesita un grupo de mafiosos para seguir con sus chanchullos. Esos peces gordos son nada más ni nada menos que Duges (Depardieu), Tobías López (Segura) y Harken (Silva), y buscarán al joven por cada rincón de la Ciudad de Buenos Aires para conseguirla.

El protagonista sirve de guia para que un crisol de personajes bien heterogéneos aporten su cuota humorística. Los chistes, generalmente fáciles y predecibles, son el débil caballito de batalla de una comedia de acción a la que no parece importarle demasiado su trama, sino la efectividad a la hora de causar una carcajada en el espectador. La mayoría de los gags giran en torno a la religión -Leo se hace pasar por judío ortodoxo casi toda la película- y funcionan hasta que se agota la originalidad. Cuando el protagonista, en un par de escenas, reflexiona sobre su pasado, Cueva le pifia al tono que venía construyendo hasta ese momento. Lanzani, quien, en líneas generales, es uno de los más destacados, parece sobreactuado y el personaje secundario que le sirve de oreja -Rago o Arancha Martí- no ayudan demasiado.

Cueva cumple con la expectativa que genera Depardieu en un filme argentino. El actor de Cyrano de Bergerac, que tiene tantas películas en su filmografía como cabellos, aparece en varias escenas, tiene incidencia directa en la trama y dialoga lo suficiente como para no decepcionar a nadie. El director también le hace honor a su especialidad: los efectos visuales. Las escenas de acción con mayor despliegue son creíbles y la cámara está bien puesta.

Sólo se vive una vez flaquea en la combinación entre la gracia y los “momentos de reflexión” anteriormente mencionados. Las escenas cómicas que realmente funcionan son contadas con los dedos de la mano y se vencen antes del desenlace. El tono que logran, en cierto momento, el director y sus guionistas (Sergio Esquenazi, Nicolás Allegro, Chris Nahon, Mili Roque Pitt y Axel Kuschevatzky), se desvanece cuando la historia pide un cambio de rumbo. El espectador no verá un clásico de acción de los ochenta, ni mucho menos, pero sí un relato entretenido que seguramente haya visto antes.

estrella25

 

 

 

 

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