Crítica de Death Note

Esta seguirá a un joven estudiante de secundaria que se encuentra un cuaderno sobrenatural, del que se da cuenta pronto que tiene un gran poder. Si el dueño escribe el nombre de alguien y dibuja su rostro, él o ella morirá.

Como toda adaptación de un adorado manga japonés, la versión americana de Death Note tiene una pesada carga que sobrellevar. Las 108 entregas del manga y los 37 episodios del animé generaron un culto devoto a este relato sobrenatural, acerca de un joven que se encuentra fortuitamente con una libreta en donde cualquier nombre que se escriba provoca su muerte, uno que no encontrará satisfacción en esta visita a nuevas costas. Pero quizás funcione con el espectador novato, que busque entre el catálogo de Netflix y vea esta extraña pero atrayente historia.

La Death Note de Adam Wingard -que viene arrastrando la moderada decepción de Blair Witch en septiembre pasado- deja de lado mucho de lo que hacía del manga una obra tan sutil y pensada: la mastica y la ofrece en bandeja como un mero espectáculo pasatista. La compresión de la historia en el guión de Charley y Vlas Papanides (Immortals) y Jeremy Slater (The Lazarus Effect, Fantastic Four, la serie The Exorcist) es aplastante, y recorta mucho de lo que hacía a la original un producto tan exquisitamente pensado. Las motivaciones del protagonista Light Turner (el adolescente por antonomasia que interpreta Nat Wolff a cada paso de su carrera) no están dictadas con grandilocuencia sino por propia calentura hormonal, y la decisión de usar la libreta para corregir el mal de este mundo mediante la muerte de los injustos y pecadores se nota unidimensional y mezquina.

La película, presentada con un costado negrísimo en sus muertes al estilo Destino Final -la primera, brutal y rebosante de gore, hará las delicias de la platea- tiene bordes de comedia (la primera aparición de Ryuk, la criatura-manual detrás de la libreta sacará de quicio a más de uno), pero nunca llega a decidirse por un tono fijo. El metraje va bordeando las situaciones, saltando de un momento a otro incluso con la introducción del extravagante pero increíblemente sagaz detective L de Lakeith Stanfield (Get Out), para llegar a una conclusión bien pensada pero que o queda inconclusa para una próxima entrega o es una manera demasiado extraña de finalizarla.

Hay un conflicto principal bien marcado, pero las acciones que empujan a sus protagonistas no se sienten justificadas. Y en eso radica uno de los grandes problemas de Death Note: que sus personajes actúan más por decisiones del guión que por las vicisitudes humanas propias de cada uno. En ese sentido, la novia que se agencia Light ni bien comienza la película es uno de los disparadores que empuja a la trama sin mucho alimento escrito que haga que la Mia de Margaret Qualley sobresalga más que para acompañar a Light en su travesía y volverse un escollo cuando la trama lo requiera. Por otro lado, la voz que le presta Willem Dafoe al monstruoso Ryuk es simplemente maravillosa, socarrona y burlona cuando la situación lo requiere, que le suma al actor otro puntito en Netflix luego de su amable paso por What Happened to Monday.

Para aquél que busca fidelidad absoluta al material de origen, está mencionado que hay mangas de sobra, animés y hasta al menos cuatro películas live-action del país de origen para deleitarse. Death Note es simplemente la misma historia contada a través de un prima diferente, uno adaptado a las necesidades consumistas que corren hoy en día. Es admisible que la película de Wingard no sea un producto redondo, incluso para el canon de la saga, pero es un thriller sobrenatural con pizcas de humor negro, oscurísimo, que funciona en la medida que uno no pida mucho de ella.

estrella3

 

 

 

 

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