Crítica de Los que aman, odian

Se ambienta en los años ’40, en una playa solitaria en la que se alza un viejo hotel perdido en el tiempo. Enrique Hubermann, médico homeópata, viaja huyendo de un amor. Por una broma del destino, en ese sitio lejano se encuentra con la mujer que quiere olvidar.

Los principios del siglo XX en Argentina vuelven al cine de la mano de Alejandro Maci (El impostor) y la adaptación de la novela co-escrita por dos de los más grandes talentos literarios de nuestro país: Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Los que aman, odian incursiona en la obsesión, la locura y el amor a través de un relato policial en donde brilla más la reconstrucción de época que la propia historia.

El doctor Huberman, interpretado por Guillermo Francella, viaja al hotel de su prima –El Gran Hotel Budapest de Wes Anderson, podría decirse- ubicado en una irreconocible localidad costera, Ostende, y aquello que prevalece en la imagen desde el principio del relato se mantendrá hasta el último plano: el gran diseño de arte saturado de fuertes colores flúor, a tono con las teatrales interpretaciones, inverosímiles a la vez. Condimentos que llevan a un distanciamiento marcado de aquello que está sucediendo en la historia. La trama se vuelve poco creíble, cuanto más profundo se indaga en el conflicto más se manifiesta el maniqueísmo extremo con el cual se construye el film.

El argumento policial se trata de forma clásica. Establece quiénes son los personajes principales, Huberman y Mari (Luisana Lopilato), su relación burdamente explicada a través de flashbacks y una muerte en donde desde el primer momento se conoce el responsable, la causa y su resolución. La dirección de Maci no contribuye a mantener una suerte de ambigüedad e intriga por, justamente, seguir al pie de la letra la fórmula más clásica del género.

El film es condescendiente con el espectador en cuanto a que solo entrega la información pertinente a la resolución del conflicto. Cada personaje se utiliza para algo explícito sin llegar a conocer su trasfondo, su profundidad. La resolución pierde fuerza y las motivaciones de los personajes se tratan con total superficialidad.

Los que aman, odian es bien una adaptación, pero una que pierde el ambiente lúgubre, la profundidad en los temas que desarrolla a costa de querer lucir una estética visual refinada. Fuerza el suspenso y no llega a introducir a un espectador que no se encuentra reconocido en lo que está sucediendo. Quizás todo esto lleve a considerar que el error fundamental de esta adaptación es querer narrar de la misma forma tradicional de aquellos años. Querer hacer de una obra de los años ’40, un film narrado como si fuese la misma época.

estrella25

 

 

 

 

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