Crítica de La novia del desierto

Cuenta la historia de Teresa, una mujer de 54 años que trabaja como empleada doméstica en una casa familiar en Buenos Aires. Durante décadas se ha refugiado en la rutina de sus tareas, pero ahora que la familia ha decidido vender la casa, su vida empieza a tambalearse.

Cecilia Atán y Valeria Pivato co-dirigen su ópera prima, La novia del desierto, co-producción argentino/chilena que ya ha comenzado ha tener repercusión en los festivales más importantes a nivel internacional, incluso llegando a participar de la selección Un Certain Regard en la pasada edición de Cannes. Las realizadoras se entregan a una road movie en donde la grandiosidad del paisaje andino parece detener el flujo emocional de los personajes, donde la distancia de la protagonista con su mundo es tan gigante como las montañas.

Atán y Pivato escogen como personaje principal una figura muy poco habitual, al menos para la filmografía nacional: una mujer llegando a la cúspide de la mediana edad. Paulina García (Gloria) interpreta a Teresa, una empleada doméstica, quien después de trabajar en una casa durante casi 40 años debe viajar a San Juan para tomar un nuevo empleo. Por un lado, resulta plausible la labor de las directoras para darle lugar a una mujer en sus 54 años dentro de un género como la road movie, que le permita (re)descubrirse y mostrarse tan fuerte y estoica como una figura masculina; por otro, cabe destacar el trabajo de García a la hora de expresar este desarraigo que le produce abandonar el único lugar al que parece estar apegada y el distanciamiento con aquello que la rodea.

Claudio Rissi da vida al Gringo, un vendedor ambulante siempre en movimiento y nunca asentado en algún sitio. Pero mientras Teresa sufre las consecuencias de ser arrojada a un mundo que no conoce, él anda a sus anchas, manifestando gentileza y alegría a todo el que cruza. Durante el largo trayecto que empodera las bellas vistas montañosas, la relación entre Teresa y el Gringo comienza a ser un afluente de sensaciones encontradas para ambos que llevarán a un idilio, en forma previsible y algo apresurada, aunque posteriormente las directoras y guionistas nos enseñen que el final no será aquello que pensamos.

Tanto el primer plano del film como el último, enseñando el vasto horizonte de un pronto amanecer, describen perfectamente a una Teresa siempre en tránsito, no por ser renuente a anclarse sino por su incapacidad de hacerlo. Su apego a un bolso -objeto que impulsa el conflicto- es el recordatorio constante de las ataduras a un pasado que no le permiten conocer el presente.

La novia del desierto es, al igual que sus coetáneas road movies nacionales, un relato sin explosivos puntos emocionales, lineal y que fluctúa de manera constante. Los flashbacks solo sirven para entender más a un personaje antipático pero no por eso menos trágico. Teresa es, como cualquiera, una persona a la deriva, sin futuro, ya sin pasado y por lo tanto sin presente; y el gran mérito de las realizadoras fue volver importante, centro de interés, a un personaje apático, ínfimo y engullido por la infinitud de la carretera y la desmesura de la cordillera.

estrella35

 

 

 

 

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