Crítica de Cult of Chucky

Confinada en un manicomio durante cuatro años, Nica está erróneamente convencida de que fue ella y no Chucky quien masacró a su familia. Pero cuando su psiquiatra ingrese en el grupo una nueva herramienta terapéutica, una serie de violentas muertes comienza a plagar el instituto.

Cuando nadie la estaba vigilando, la saga del muñeco maldito llegó a su séptima entrega. Luego de un no muy aceptado viraje hacia la comedia de horror con Bride of Chucky en 1998 y la nada querida Seed of Chucky en 2004, el creador, guionista y director Don Mancini volvió a los orígenes del asesino encerrado en cuerpo de muñeco con la impactante Curse of Chucky. Lanzada en formato hogareño en 2013, no solo era una continuación canónica a todas las secuelas, sino que regresaba a las raíces que hicieron al personaje tan popular. Había una escasez de recursos admirable, una economía que le permitió al realizador darle rienda suelta a esta nueva etapa en la popular franquicia. El resultado fue resonante, obteniendo una de las mejores continuaciones de la saga y devolviendo al Buen Muchacho a una posición consolidada en el panteón del horror. Cuatro años después nos llega Cult of Chucky, que promete seguir la senda de su predecesora más próxima pero que lamentablemente no cosecha los mismos resultados.

Siguiendo la línea narrativa establecida en la anterior entrega, el escenario de la acción es uno que las secuelas de terror utilizan por antonomasia: un manicomio. Desde la icónica Halloween II de 1981 que se viene repitiendo el formato de meter a los personajes en un hospital u asilo, y la costumbre parece no cambiar. Es la economía con la que juegan las secuelas directas a video, y esta no le escapa a la regla. Pero Mancini es un hombre resuelto y decide sacarle mucho jugo a la locación, una tan blanca y limpia que se convierte en un excelente contraste para el baño de sangre que seguirá en la próxima hora y media de metraje. La heroína Nica vuelve al ruedo -una más que agradable Fiona Dourif, trabajando casi codo a codo con su padre- y no tarda mucho tiempo en redescubrir a su atormentador, infiltrado en el sanatorio. Por otro lado, el regreso de Andy (Alex Vincent) enfrentando al némesis de su infancia prometía una hélice narrativa en donde nuevos y viejos personajes confrontan al odioso muñeco, mas no es satisfactorio el caso. La historia de Nica sigue una línea interesante, pero el aclamado regreso de Andy al final de Curse… no es más que un cameo glorificado, donde Vincent no le hace honor a su personaje y su trama no está a la altura de las circunstancias.

Y es que la imaginación e inventiva de Mancini, guionista y director como en las dos últimas secuelas, tienen un límite, y es en Cult of Chucky donde ha rasgado el mismo. Su modus operandi es conocido: la heroína no es escuchada, hay muertes alrededor que se le endilgan a ella hasta que la verdad sale a la luz y es muy tarde, seguido de un profuso corredero de sangre en el acto final. Dichas muertes son brutales y grotescas, pero al menos una está robada de la misma saga -la del motel en Bride… y la claraboya de Cult… son iguales- y por más elegancia que haya al filmarlas (sí, hay escenas de la película que son bellísimas y no parecen ocupar lugar en una película de terror) se tornan repetitivas y algo sosas. El conteo de cadáveres es uno de los aspectos más atractivos de propuestas como ésta y hay veces que Cult… no cumple. Y si venimos por el lado de la historia, Mancini se despacha con un giro final que patea el tablero de una manera agridulce. Sí, la saga de Chucky nunca fue un tratado de coherencia -recordemos que Chuck y Tiffany tuvieron un hijo de plástico- pero la revelación se siente mañosa y casi insultante, incluso cuando el guión la intente hacer pasar como un momento rebosante de metareferencias. Esa escena abre el juego hacia un futuro incierto y casi excitante, pero no hace más que reducir a Cult… a un puente entre una genial secuela y lo que vendrá a continuación.

Como si fuera poco, Mancini recupera a su gran amiga Jennifer Tilly para un par de escenas como la inmortal Tiffany, que ya a estas alturas ni preguntamos cómo es que se encuentra con vida, y promete seguir usando a la actriz hasta el hartazgo. De quien nunca nos cansamos es de Brad Dourif y su voz, que dota a Chucky de mucho carisma y cuya simple risa hace que todo valga la pena. Él es marca registrada de la saga y nunca falla el verlo -o escucharlo- en pantalla.

Cult of Chucky es el usual baño de sangre al que la saga nos tiene acostumbrados, acompañado de ligeros toques de humor aquí y allá pero sin sobrepasarse. Es una desgracia que no resulte más innovadora o novedosa como la anterior, sobre todo por ese desenlace que cambia el juego de manera rotunda, pero escasean las séptimas entregas que sigan fieles a las reglas de su saga. Siendo un ferviente adorador de Curse of Chucky, no puedo evitar sentir que la secuela es un paso hacia atrás en la serie, así que espero que en el futuro Mancini tome impulso y de un salto largo para recuperar el momentum de su tan adorada criatura.

estrella25

 

 

 

 

[ratingwidget_toprated type=»pages» created_in=»all_time» direction=»ltr» max_items=»10″ min_votes=»1″ order=»DESC» order_by=»avgrate»]