Crítica de La posesión de Verónica

Madrid, años 90. Tras hacer una Ouija con unas amigas, una adolescente es asediada por peligrosas presencias sobrenaturales que amenazan con hacer daño a toda su familia.

Ver una película implica determinadas condiciones que se reproducen por un espectador que nunca es pasivo ante lo que contempla, debido a esto también es que dependiendo del género se susciten diferentes emociones. Si el cine se configura ante nosotros como un espejo, no es ilógico que el terror nos afecte de una forma que nos parezca real en virtud de cómo uno logra identificarse con cierto personaje; y esto va más allá cuando se trata de una historia verídica, porque lo veraz de nuestras sensaciones pasa a otro orden. La posesión de Verónica se basa en el único caso en la historia de España en que los expedientes del cuerpo policial corroboran la existencia de una fuerza paranormal, lo que durante 100 minutos se mantiene como una aguja penetrando los miedos más grandes del espectador.

Casi como de forma metatextual, una de las escenas del film explica cómo el personaje de una historia de terror clásica trasgrede una prohibición que de alguna forma u otra deberá ser pagada. Verónica es una joven madrileña de 15 años que se ve invadida por unas fuerzas malignas y desconocidas a raíz de una sesión de ouija junto a sus amigas. Inevitablemente el film de Paco Plaza lleva a recordar producciones como Ouija (2014) y Ouija: Origin of Evil (2016), e incluso su estructura y el ritmo de las escenas profusan cierto maniqueísmo saturador.

Por otro lado, y a pesar de lo común de su estructura, el realizador logra conjugarlo con ciertos sellos en cuanto a la construcción de atmósfera que dista de las producciones tan habitués de Hollywood, tales como los ralentíes de la cámara, secuencias a plena luz, la presencia de la música rock de Los Héroes del Silencio como de una banda sonora cuyo humor y orquestación recuerda más a scores de los años cincuenta que a algo que podría escucharse hoy en día, mucho más minimalista y atmosférico.

Un elemento clave para La posesión de Verónica es la dirección de fotografía a cargo de Pablo Rosso, muy contrastada y que le da oscuridad y suciedad a una imagen que no necesariamente se encuentra llena de colores oscuros. En diferente dirección se ubican los efectos especiales que, sin ser necesariamente deficientes, le quitan cierta seriedad al relato.

Cuando el film se acerca a su final, con solidez aunque sin nada que destaque especialmente, Plaza saca a relucir un tercer acto desenfrenado y asfixiante, en donde la cámara descontrolada va y viene mientras el elenco infantil de dos niñas, Bruna GonzálezClaudia Placer, y un niño de cuatro años, Iván Chavero, que acompañan a Verónica -encarnada por Sandra Escacena– expresan una notable desesperación que culmina un excelente trabajo interpretativo.

De yapa para aquellos conocedores del cine español, Ana Torrent desempeña un pequeño papel que confirma la tendencia de esta genial actriz a trabajar en producciones de climas perturbadores y enrarecidos, no hace falta más que verla en El Espíritu de la Colmena (1973), Cría Cuervos (1976) o Tesis (1996). La posesión de Verónica da como resultado una muy buena película de terror en cuanto a los pequeños elementos de frescura. Pero donde triunfa el film es en inspirarse en un caso real, logrando una cuota extra de espanto y verosimilitud, de algo que el espectador ya no puede controlar, ni en el cine ni en su vida.

estrella3

 

 

 

 

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