Crítica de El Último Traje

Es la historia de una amistad sin límites, una road movie del emotivo viaje que Abraham tendrá que hacer para llegar a Polonia desde Argentina cruzando media Europa, con la ayuda de algunos personajes que cambiarán su manera de ver el mundo

El Último Traje

¿Quién diría que el relato de un anciano que comienza un viaje para llegar a devolverle un traje a su viejo amigo puede mover tantas emociones? Con una premisa así de simple, El Último Traje es el segundo trabajo de Pablo Solarz (Juntos para Siempre) como director -más conocido como guionista de Me Casé con un Boludo, Sin Hijos y ¿Quién Dice que es Fácil?-, en donde nos deja una conmovedora historia y una suerte de road movie desdibujada, que resulta en un drama cargado de sentimiento. Con mucha sencillez en lo que desarrolla, la película va tocando diversos temas que se complementan entre sí, por lo que en ningún momento se pierde la cohesión ni se desorbita.

El tiempo a veces varía y es algo que se hace notar. Tiene un comienzo algo denso y lento, que genera dudas respecto hacia dónde puede ir. Pero a medida que esta empieza a cobrar forma, no sólo se vuelve más interesante sino que generamos mayor empatía con su personaje principal, el anciano Abraham Burztein, interpretado con una gran actuación por Miguel Ángel Solá. Y es en él dónde tenemos la centralidad de la historia y el corazón del film: nuestro protagonista presenta una forma de ser muy particular, que nos hace quererlo y detestarlo al mismo tiempo -al menos por un rato-. Pero cuando comenzamos a conocer sus razones, sus sentimientos más internos y todo aquello que vivió, puede hacernos emocionar mucho. Viniendo de Solarz, es obvio que encontramos ciertos elementos de comedia -junto a un personaje principal que invita a eso-, bien ubicados y que sirven para hacer contrapeso con el drama por el cual nos conduce.

El Último Traje

A medida que Abraham avanza en su viaje, el film toma uno de los aspectos que suelen verse en las road movies tradicionales, como aquellos personajes que se van conociendo en el camino y lo acompañan en ciertos puntos de su trayecto. De esta manera es como se va completando el resto del elenco, integrado por Martín Piroyansky como Leo -un joven músico argentino que se va a vivir a España-, la madrileña Ángela Molina como una recepcionista de hostel llamada María, la alemana Julia Beerhold siendo una bondadosa pasajera de tren llamada Ingrid y la actriz polaca Olga Boladz, interpretando a una joven enfermera. Estos son quienes van de a poco ayudando al espectador a desentrañar al protagonista y a que nos metamos en su vida, sus logros y pérdidas, sus motivaciones y conflictos.

Hay dos aspectos técnicos que vale mucho rescatar. Por un lado, un muy buen uso de los flashbacks, con una fotografía que ayuda de gran forma a transmitirnos mucho corazón y todo lo que la escena quiere hacernos sentir y presenciar. Y esto queda acompañado con la gran música que nos ofrece Federico Jusid (Koblic, ¡Atraco!), siendo un gran complemento a la hora de conmover.

Aunque creo que esto es totalmente debatible, ya que algunos pueden aceptarlo y otros considerarlo como algo negativo, me quiero tomar el lugar de recomendar ir a verla sabiendo lo menos posible. De esa manera, todo lo que se va descubriendo a medida que el largometraje avanza, ayuda a aumentar la empatía y las sensibilidades. En un mercado cargado de cine de importación, estas películas resultan ser no solo una sorpresa, sino un buen festejo a lo que el cine nacional puede darnos. Con muy pocas cosas cuestionables, El Último Traje puede dejarnos mucho y hacernos pasar un buen momento.

estrella35

 

 

 

 

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