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Lo único bueno de El Pájaro Loco está en sus últimos cinco minutos, después de los créditos. Tristemente ni siquiera eso es logro de la película, porque se trata de un episodio del dibujo animado creado por Walter Lantz. Y, paradójicamente, eso expone por contraste lo impresentable de esta versión del 2018.
El Pájaro Loco no parece ser una película hecha para el cine, sino para ver en DVD -y claramente no es suficiente-. Como mínimo, en los tiempos que corren, uno espera que una producción de este tipo cumpla en lo técnico, pero ni siquiera eso. Más allá de que el Pájaro en sí mismo sea lo más logrado visualmente, el resto parece no importar mucho. Es como si la película se hubiera construido bajo la consigna de «Tenemos un mes. Veamos que podemos hacer». Parece filmada por alguien que no tiene ganas ni idea de cómo y por qué mover la cámara, ni entiende cómo hacerlo fuera del lenguaje televisivo. Alex Zamm, el realizador detrás de esto, viene de dirigir otros especímenes con nombres como Mi perro tiene un blog, Rompedientes 2 y Otro padre en apuros.
Aunque no hay casos de vergüenza ajena, cabe destacar que si hablamos de interpretaciones, lo más flojo es el elenco de niños: recitan oraciones, gesticulan en forma exagerada y acartonan las situaciones que no lo ameritan.
Si bien la trama bebe de los conflictos que caracterizaron a los dibujos, no hay intención de ser plasmados con igual altura. Los personajes aparecen y desaparecen de manera aleatoria, los vínculos se establecen y se deshacen de la nada; hasta la lógica de la interacción con el Pájaro Loco es extraña.
La película no es ni simpática ni graciosa, tampoco funciona en lo que propone. Uno podría considerarla como opción para ir a ver con chicos, pero háganles un favor: llévenlos a ver Coco. En casa se lo van a agradecer.
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