Crítica de Emma

Juan trabaja en una mina de carbón en la ciudad de Río Turbio. Anna ha sufrido la desaparición de su esposo, la única persona en el país que ella conocía. A su manera, ambos viven aislados de todo y de todos. Un accidente en el medio de la Patagonia los unirá.

Emma

Emma, la cuarta película de Juan Pablo Martínez, explora los parajes de una Patagonia invernal que parece acoplarse al estado emocional de sus habitantes. En este caso los protagonistas son Juan (Germán Palacios) y Anna (Sofía Rangone), un trabajador minero de la zona y una polaca que coinciden en medio de lo gélido de Río Turbio. Él parece sobrevivir a una rutina que lo lleva a erosionar su salud, mientras que ella intenta seguir con su vida después de perder a su marido.

En estos dos mundos solitarios, las diferencias no lo son tanto; y es en la relación de los personajes con las palabras donde radica la mayor coincidencia, a su vez lo más interesante que tiene para ofrecer la película como concepto. Es en la forma, en lo aletargado de la construcción del relato, donde esta pierde. Las acciones de los personajes no parecen sostener la duración de los planos y eso hace que surja el tedio, al prescindir de las palabras y no construir para hacer visible lo interno.

Emma

La puesta en escena de Martínez es estática y contemplativa, logrando así que el espectador se aleje aun más de los personajes. La luz, la música y el registro interpretativo complotan también contra lo atractivo de una premisa que nunca parece desarrollarse.

Emma es una película despojada, hermética y desabrida, donde las buenas ideas e intenciones no alcanzan para que los silencios hablen por sí solos.

estrella25

 

 

 

 

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