Sutileza, delicadeza y buen gusto exuda Phantom Thread, la nueva obra de Paul Thomas Anderson, protagonizada por la leyenda viviente Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps y Lesley Manville. El cineasta brinda una clase maestra de dirección y presenta una historia original y bien escrita que, dada la crisis de creatividad del cine norteamericano, debe ser loable. El film desarrolla la atmósfera obsesiva del thriller, envuelta en las elegantes telas del drama y humor inglés.
Los primeros 20 minutos son esenciales para entender la maestría con la que Anderson firma el guión; una secuencia rutinaria que pone sobre la mesa todas las particularidades de un prestigioso diseñador (Day-Lewis), a la vez que establece el misterio de una mujer (Krieps) que lo describe como si pareciera conocerlo a fondo. Sí, son veinte minutos a una velocidad aletargada infrecuente en la cinematografía estadounidense contemporánea, sin embargo esta presentación de la información es el punto de partida de un relato que deviene más y más oscuro y excitante.
El realizador construye un ambiente esquizofrénico, la casa es casi claustrofóbica y los años ’50 ponen de relevancia esas figuras de las clases altas inglesas, brotadas de pomposidad y ornamentos, un mundo hipócrita. Alma, Reynolds y Cyril forman un trío caprichoso e histérico, que va deshilachándose hasta descomponerse en amor y dolor por igual.
La fotografía -realizada por Anderson, pero sin crédito- y la producción de arte maridan en forma exquisita, una excelente muestra del recuerdo de una clase social en picada, pura nostalgia y melancolía. En el brillo de la moda de mediados del siglo XX coexiste también el recuerdo de las taras del pasado, que insuflan un ambiente cargado de pena y cosas no dichas.
Daniel Day-Lewis y Leslie Manville son los que definitivamente brillan por sobre todas las cosas, interpretando a esa dupla de hermanos que trabaja codo a codo, siempre apoyándose mutuamente a su manera, aunque los rodea un ambiente de desagrado. Ella estoica y dedicada, él, siendo quizás el actor más talentoso de las últimos décadas, con su trabajo completamente dedicado a ser un diseñador que convive inestablemente con sus demonios y caprichos. La gran labor de Krieps también merece mención.
Jonny Greenwood compone un score cargado de romanticisimo, donde las melodías del piano o el violín resplandecen y hacen brillar aún más -como los vestidos- los delicados matices de cada personaje. Si hay algo que caracteriza a Phantom Thread, como debe hacerlo un buen drama, es la profundidad, en los personajes, las acciones; en esta obra todos los elementos narran y describen el conflicto sin necesidad de que el mismo deba enseñarse de manera explícita y burda. Lo más plausible del film de Anderson quizás sea su última secuencia: cómo con una simple frase, todo el relato puede resignificarse y lograr un clímax hermoso.
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