Crítica de L’insulte / El Insulto

Tony, un cristiano libanés, riega las plantas de su balcón. Un poco de agua cae accidentalmente en la cabeza de Yasser, palestino y capataz de una obra. Entonces estalla una pelea. Yasser, furioso, insulta a Tony. Herido en su orgullo, este decide llevar el asunto ante la justicia.

L'insulte

L’Insulte es contundente en su sencillez. Una placa previa señala que la película no refleja la postura del Gobierno de Líbano, lo que da cuenta de que la escalada que se va a proponer es absolutamente plausible. Un conflicto mínimo enciende una chispa entre dos hombres en un barrio de Beirut, el duelo se prolonga, trasciende, los excede y toma alcance nacional. Y en su mirada específica se vuelve universal. Se radica en Medio Oriente pero abarca al mundo entero, donde resuena su observación sobre el rencor, los fanatismos políticos y la xenofobia.

En un principio es ajenidad y diferencia. El Insulto no es más que eso y de hecho uno le asigna una entidad menor, sin saber la dimensión que puede llegar a cobrar. Maldecir es una costumbre en nuestra sociedad, la puteada callejera puede quedar ahí. Pero si el que lo dispara es un refugiado palestino contra un cristiano libanés, el improperio ya es ofensa. Tony Hanna no lo deja pasar. Quiere unas disculpas de Yasser Abdallah Salameh, pero este es tan orgulloso como el otro como para simplemente bajar la cabeza frente a una disputa en la que también cree tener razón. La discusión pasa a mayores y llega a la calle. A la Justicia. A los medios. A las máximas autoridades gubernamentales.

L'insulte

El director Ziad Doueiri, que escribió el guión junto a Joelle Touma (Just Like a Woman), se ocupa tanto de un lado como del otro. Se encarga de dejar en claro que sus protagonistas, con sendas buenas interpretaciones de Adel Karam y Kamel El Basha –el segundo se ganó la Copa Volpi en el Festival de Venecia-, son individuos con valores que los conectan a un nivel personal, pero que se ven enfrentados por circunstancias que los superan.

El realizador maneja con precisión los hilos de una historia cuya progresión es fluida, cuya escalada se da con naturalidad y sin sentirse forzada. Y es una que conecta a un nivel más profundo, dado que se puede replicar en otros países, por otras razones y con mayor o menor virulencia, pero es un relato capaz de generalizarse. Uno que cambia de marcha a mitad de camino y da paso a un drama judicial, en el que Tony y Yasser se convierten en querellante y querellado, en el que son sus respectivas defensas las que ocupan el centro de atención, acorde a la dimensión que cobra un conflicto de carácter nacional. Uno que da cuenta de lo frágiles que son algunas costuras que mantienen unidas a ciertas sociedades, a las que un fuerte tirón es capaz de desgarrarlas.

estrella4

 

 

 

 

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