Crítica de The Bye Bye Man / Nunca digas su nombre

Tres amigos se encuentran ante los terroríficos orígenes de una misteriosa aparición, que resulta ser la causa del mal de actos indescriptibles.

El terror parece no querer saber nada con reinventarse, por lo menos aquel que más llega a la cartelera. Si hay algo de lo que no se puede acusar a estas producciones es de falta de insistencia, porque a cada mes el espectador encuentra varias alternativas del género. Llega el turno de The Bye Bye Man, que aquí aterriza con el título de Nunca Digas Su Nombre. Una más que demuestra que el miedo y el susto se mantienen vigentes, pero no precisamente por deslumbrar con su calidad.

Salvando excepciones como The Witch o Don’t Breathe, ambas estrenadas en 2016, no fuimos testigos de grandes cambios en la estructura ni en los recursos del género de terror y por lo tanto cada vez se vuelven más escasas las oportunidades para encontrar aquello que aterrorice por la tensión, el susto y, sobre todo, por la novedad. Debe decirse que a pesar de estar avezados y preparados para cualquier situación o personajes que produzcan el sobresalto de la butaca, un guión como el de The Bye Bye Man -adaptación hecha por Jonathan Penner sobre el cuento «The Bridge to Body Island»– se dispone de igual forma que cualquier otro, ergo cualquier sensación e impacto que el relato pueda ofrecer resulta anunciada a un nivel abrumador.

La directora Stacy Title recrea los habituales cánones de construcción de atmósfera y efectismo con lo que no puede, por lo menos en su área, entregar algo nuevo y diferente. A consecuencia de esto, a medida que va avanzando el film más pesado se torna y su estructura más cuadrada.

Aquello que logra sazonar y airear el argumento es una resolución que parece extenderse pero que demuestra intensidad en las acciones. Eso sí, debe darse crédito tanto a la directora como al guionista, ya que a pesar de tener los dos elementos, pareja y asesinato, no llega a caer en ese lugar de mal gusto como es mostrar escenas de relaciones, amoríos o gore extremo, tan propios de películas de este tipo y que de ningún modo le sentaría a esta.

Queda el regusto soso y la falta de interés de Nunca Digas Su Nombre. No porque falle el guión o algún defecto técnico, sino porque es una historia que ya se vio y se sabe cómo puede terminar. Por no ofrecer nada nuevo, redunda en algo que no asusta y aburre. Es el camino que está recorriendo el terror norteamericano, un loop del cual no puede salir y del cual se salvan muy pocos.

estrella2

 

 

 

 

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