Crítica de The Nut Job 2: Nutty By Nature

Siguiendo con los eventos de la primera película, Surly y sus amigos deben detener al alcade de Oakton City para que no destruya su hogar para construir un parque de diversiones.

Impulsada por el éxito de la primera parte -que resultó uno de los lanzamientos animados independientes más taquilleros de la historia- es que llega The Nut Job 2: Nutty By Nature, secuela no solicitada para un producto estanco, que puede tener ciertos elementos que den cuenta de una mejora en relación a la anterior, pero que no logra sobreponerse a la carencia de originalidad que caracteriza a ambas. Retomando algo de tiempo después de los eventos de la otra, todos los animales del parque se dan la gran vida en el sótano de la tienda de nueces, engordando a base de las accesibles delicias y olvidándose de su naturaleza en el proceso. Eso hasta que una explosión los deja peor que antes, dado que ahora que probaron el cielo de los roedores no están dispuestos a volver al parque sin más.

Surly se convirtió en el líder al que todos respetan y al que se acude en busca de respuestas, un cambio considerable de personalidad respecto a lo que sucedía en The Nut Job (2014). Ahora la ardilla púrpura es un ser agradable que se preocupa por la comunidad y su fiel amigo Buddy, en oposición al poco querible marginado de pocas pulgas que era antes. Sin éxito tratan de buscar nuevos lugares de los que obtener comida ilimitada y sin esfuerzos, hasta que es evidente que son animales que pertenecen al parque. Y quien no los quiere allí es el alcalde Percival J. Muldoon, que tiene en mente un negocio inmobiliario para esos terrenos que no generan ingresos.

Es por aquí que la película de Cal Brunker (Escape from Planet Earth), la cual escribió con su socio Bob Barlen (The Son of Bigfoot) y Scott Bindley(Madison), se vuelve exageradamente ridícula, como si hubiera hasta cierta pereza para pensarla. El político, cuya patente del auto dice “Desfalco”, es el malo malísimo que quiere hacer un parque de diversiones sin invertir un centavo, con atracciones de cuarta que se caen a pedazos. Y si en la primera parte los roedores eran una suerte de «espectadores» de los eventos entre humanos que se daban alrededor, aquí se vuelven los principales oponentes del funcionario, de su desquiciada hija y de un ejército de fumigadores con vehículos tipo Mad Max. En la otra quedaba en manos de la Policía o de traiciones internas el que se viera frustrada la fuga tras el robo bancario, acá es tarea de Surly y sus amigos el detener a un político exageradamente maléfico, como si no existieran otros ciudadanos.

Se trata de dar un mensaje, claro, pero como reza el título la película abraza su locura y corre con ella. No se puede decir que tenga frescura, pero al menos lanza algunos buenos chistes en el proceso, que es más de lo que se podía decir de su antecesora. Hay un aceptable elenco de voces otra vez liderado por el genial Will Arnett (BoJack Horseman, Arrested Development), aunque las copias que llegan a nuestros cines no permiten oírlo. No es tan grave porque no es un producto para nada orientado al público adulto, pero en lo personal me hubiera gustado disfrutar de Jackie Chan como un adorable ratoncito blanco de ciudad, líder de un ejército de roedores que practican kung fu.

estrella25

 

 

 

 

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