Crítica de Last Flag Flying / El reencuentro

Después de 30 años de haber servido juntos en Vietnam, un ex médico naval se reune con sus viejos compañeros para enterrar a su hijo, un joven marino asesinado en la guerra de Irak.

De no ser por el absorbente trío protagónico, la última película del vanagloriado Richard Linklater -la excelente trilogía Before Sunrise/Sunset/Midnight y Boyhood– pasaría a conformar las huestes de ese subgénero que yo personalmente califico como lo que la guerra nos dejó. El mensaje de que esta nunca es buena y deja consecuencias en la mente humana, a veces irreversibles, es un tópico frecuente en el cine, uno al que se vuelve incontables veces y hace difícil la separación entre tantas propuestas. Last Flag Flying es víctima de dichos lugares comunes, pero la fuerza interpretativa de los alucinantes Steve Carell, Bryan Cranston y Laurence Fishburne eleva el drama post-bélico por encima de la media.

Carell -quien no es ajeno a papeles dramáticos pero éste podría considerarse el más realizado- es Doc Shepard, un ex-combatiente de Vietnam que una noche decide aparecerse en el bar de un compañero de batalla, al cual empuja a buscar a un tercer integrante del grupo para que lo ayuden a cumplir una tarea que un padre nunca debería hacer: enterrar a un hijo. Este ha muerto en Irak y necesita apoyo moral para recibir el cuerpo y llevarlo a su lugar de descanso final. Por un lado tenemos al incorregible Sal (Cranston), dueño del bar y alcohólico al cual la vida le fue cuesta abajo luego de su servicio. El otro es el ahora reverendo Mueller (Fishburne), que parece haber encontrado su vocación en la palabra de Dios tras haber sido un hombre abocado a los vicios estando en cumplimiento del deber. Más por obligación que por honor al deber, los tres se embarcan en una especie de road movie con mucho de comedia dramática, sobre todo con la levedad humorística que agrega el personaje de Cranston, a veces necesaria para que la película no se torne totalmente pesimista.

El propio Linklater escribió la historia con la ayuda del escritor Darryl Ponicsan, quien adaptó su propio libro homónimo, y lo que en un principio parecía una crítica bastante obvia al conflicto bélico, a los dirigentes o a las instituciones militares, se torna en un estudio de la pérdida, la culpa y los estragos mentales que este ocasiona. Los mejores momentos del film se ofrecen en charlas donde lo que podía ser blanco y negro se torna gris, con discusiones entre los amigos que no se vuelven nunca aleccionadoras, por más que comiencen de esa manera. El mayor problema es su falta de personalidad, algo impensado en el cineasta. Su estilo no tiene nada de particular en esta ocasión, al contrario, resulta convencional y correcto. Cualquier director podría haberla filmado y no nos sorprendería ver su nombre en los créditos finales. No hay riesgos, ni se adentra en críticas excesivamente dolorosas ni con un dramatismo y un dolor exagerado. Se agradecen y mucho los toques de comedia que la aligeran y, aunque le restan intensidad, sí que funcionan como metáfora de la necesidad de conciliar el dolor con, en este caso, el humor, pero son detalles que no terminan nunca de cuajar con el tono pretendido.

Last Flag Flying tiene un gran mensaje antibelicista, donde es admirable de ver cómo se admiten los errores que comete Estados Unidos al meterse en guerras ajenas, pero a la vez refleja ese sentimiento patriótico y ese respeto por la bandera fuera de toda lógica, más después de dejar su vida o la de sus seres queridos en las diferentes contiendas. No tendrá el grito de «Enlistate!» de las películas de Clint Eastwood, pero se deja ver gracias a sus fabulosas interpretaciones.

estrella3

 

 

 

 

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