«Creando Monstruos»: Crítica de Depredador (1987)

La mirada de Maximiliano Curcio sobre la original, previo al estreno de la nueva versión dirigida por Shane Black.

Depredador

Con motivo del estreno del film The Predator (Shane Black, 2018), resulta oportuno revisitar un gran clásico de acción de los años ’80. Una clase de género de culto moldeado en base a un nervio narrativo y una violencia visual característica de un género que combinaba -con justas dosis de entretenimiento e inteligencia- el aspecto bélico, la aventura y la ciencia ficción y que, por aquellos años, incursionaban cineastas como Walter Hill, James Cameron o John McTiernan, realizador de esta primera entrega.

La versión original de Depredador, fue dirigida por el arriba mencionado, responsable de buenas películas de acción como Die Hard (1988), The Hunt for Red October (1989), Last Action Hero (1993) y Die Hard with a Vengeance (1995), títulos que cimentarían la condición de artesano del género de acción de McTiernan quien, amén de recientes problemas con la ley, luego fue perdiendo efectividad y preponderancia a lo largo de sus años en Hollywood.

En Depredador la premisa es la siguiente: un grupo de mercenarios es contratado por la CIA para rescatar a unos pilotos que han sido apresados por la guerrilla en la selva centroamericana. La misión resulta un éxito, sin embargo, durante el viaje de regreso, una fuerza alienígena, misteriosa e invisible, amenaza con eliminarlos a todos.

El film situaría a Arnold Schwarzenegger dentro del estrellato mayor de héroes de acción indiscutidos de la década, compartiendo cartel en dicho olimpo con intérpretes del calibre de Sylvester Stallone, Bruce Willis o Mel Gibson. Por entonces, el austríaco había ingresado a las grandes ligas hollywoodense estelarizando títulos como Conan (John Millius, 1982), Terminator (James Cameron, 1984) y Commando (Mark L. Lester, 1985). Al éxito de Depredador y su consagración como un auténtico héroe de la pantalla grande, le seguirían los films Total Recall (Paul Verhoeven, 1990), Terminator 2: Judgement Day (James Cameron, 1991) y True Lies (James Cameron, 1994).

Depredador

La capacidad visual de McTiernan jamás estuvo en duda (el film fue nominado al Oscar en la categoría Efectos Visuales, créditos a Stan Winston) y su cámara aporta dinamismo para la acción, incluido algún tinte gore y una acertada cuota de realismo en el tratamiento psicológico del miedo, dimensión que exploraba el género por aquel entonces. Así como en la creación de una atmósfera adecuada para ambientar su historia dentro de ese clima opresivo, en donde la densidad de la vegetación selvática que desarrolla la acción se convierte en un elemento preponderante a la hora de generar tensión, pareciendo ésta exceder a sus personajes e incidiendo en ese clima logrado sin tener que poner el acento en la acción gratuita de por sí, como erróneamente hacen muchos pseudo films de género contemporáneos. La destreza narrativa del film también se muestra acertada: la capacidad del autor se percibe en la noción de anticipación de los acontecimientos que concede al espectador, resolviendo de forma inteligente esta dosificación de la información a medida que la trama avanza, generando de tal manera un bienvenido suspenso en la trama.

Es interesante como McTiernan contrapone, desde un punto de vista físico y también psicológico, al hombre versus el alienígena, confrontando sus fuerzas y tecnologías; con astucia y brutalidad por iguales. En el depredador están algunas de las características que lo hacen especial: es un ser malvado cuyo existencia radica en la caza por placer y, a la vez, por profesión. Por consiguiente, algo que destaca de este «Predator» es que mata para conseguir la prueba que lo convierte en todo un profesional de su tarea. El director hace hincapié en marcarnos el objetivo de este villano: su «blanco» es su trofeo de guerra. Allí, la película se convierte en el enfrentamiento del ser humano y la máquina de matar, inmersos en un campo de juego peligroso y claustrofóbico.

Cabe mencionar también que, gracias a su éxito de taquilla, Depredador no estuvo exenta del fenómeno de moda de sagas y re-ediciones que caracterizaron a este tipo de films a lo largo de las siguientes décadas, producto de su consumo masivo, en gran parte por el público juvenil. La huella dejada por el film se convirtió en cliché para futuras reinvenciones en la pantalla cuando, en 1990, Stephen Hopkins dirigió Predator 2, en un film bastante más irregular que el original. Mientras que en 2010, Robert Rodríguez produjo una nueva y discretísima entrega titulada Predators, la cual precedió a la igualmente fallida Alien Vs. Predator -un híbrido inclasificable-, más un afán comercial en tiempos de franquicias y refritos, que un producto con buena materia cinematográfica para el análisis.

A 30 años de su estreno, la frescura de un film como Depredador radica en los valores bajo los que el film fue pensado: entretenimiento y originalidad. La propuesta de McTiernan se sustenta en una concepción del cine de acción sin respiro, áspero y visceral, que caracterizó al cine de los años ochenta, convirtiéndose en un absoluto ícono del género, nacido para una época muy distante a los cánones que dominan el mismo hoy en día.