Alfred Hitchcock, el gran manipulador

Un análisis filmográfico que explora su marca creativa.

Alfred Hitchcock

Alfred Hitchcock es el gran manipulador, el rey del suspenso, amo y señor de la sugestión. Los autores de Cahiers du Cinéma lo encumbraron con numerosísimos ensayos y como primera fuente del corpus de crítica académica establecida en los años ’50 como género periodístico. La gloriosa camada intelectual ha guardado a Hitchcock un lugar en el privilegiado olimpo de sus intocables. Desde Truffaut, pasando por Rohmer y llegando a Bazin, los críticos de la revista francesa le han dedicado cientos de páginas alabándolo. Por otra parte, la corriente británica liderada por el escritor Michael Wood también se ha centrado en analizar su obra de forma pormenorizada.

Sus películas, universalmente reconocidas, están entre las más grandes creaciones cinematográficas de todos los tiempos. Obras con la fuerte impronta de su director, a través de las cuales puede llegar a entenderse, comprenderse y vislumbrarse la profunda, coherente y comprometida visión de este cineasta. Gracias al innegable aporte cinematográfico que dejó su notable legado, Alfred Hitchcock marcó a fuego un hito imprescindible en la historia del cine: conjugar arte y entretenimiento de forma inmejorable.

Es interesante observar -para poder comprender mejor a Hitchcock- las íntimas obsesiones de este realizador, las cuales están plasmadas en su obra a lo largo de los años: sus dilemas morales, sus recuerdos de infancia, su formación religiosa y su relación con sus actores. Para entender esta simbología, habría que visitar toda la filmografía del director y atender en Hitchcock la recurrencia llevada al paroxismo en el pensamiento propio y ejemplificado a lo largo de diversas temáticas.

Solo de este modo podemos advertir la arquitectura de la estructura de un film o de un conjunto de films de un autor, así como leer la puesta en escena de una película, ya que allí podemos hallar la clave del pensamiento de un director; y no en la narración, porque esta llega al espectador común de un modo explícito y no implícito. Esto se ve reflejado en el momento en el que Hitchcock decide planear cómo abordar la historia: qué estilo adopta, siendo la historia solo un soporte, es decir, una excusa para contar otra cosa; la visión del mundo de un artista, sus obsesiones, sus problemáticas y su ideología entendida en su mirada del mundo.

Abordando un amplio rango de su filmografía -y desde la profundidad y la calidad de esta-, el objetivo de este análisis filmográfico retrospectivo es desprender la temática contenida en las aristas mencionadas, estudiando lo más específico de su marca creativa: su estilo único, su legado cinematográfico, su identificación con el público y sus obsesiones, rasgos inequívocos de su autoría. Conoceremos a los cineastas que lo imitaron y comprenderemos cómo sus películas se convirtieron en íconos del séptimo arte, trascendiendo épocas.

Rompiendo barreras del lenguaje audiovisual, e instaurando estéticas que han perdurado con el paso del tiempo, Alfred Hitchcock ha sido un cineasta sobresaliente como pocos: ambiguo, profundo, personal y conflictivo. Pionero del suspenso cinematográfico, sus más grandes obras condensan en la máxima expresión de su talento, sello autoral de un cineasta completo como pocos y en dominio absoluto de los elementos narrativos, visuales, que manejaba.

Alfred Hitchcock fue un auténtico precursor del género del thriller que dejó como herencia cinematográfica una filmografía exquisita. Su figura, mítica, resulta igualmente atractiva de profundizar como objeto de estudio cultural. Innovador en términos de estilo e implementación, como toda gran figura que transgrede los cánones del arte que practica.

Existen dos cuestiones muy presentes en la filmografía de Hitchcock: la religiosidad y la visión política. Para explicar la primera debemos remontarnos a su infancia, de normas católicas muy severas, significativas y recurrentes a lo largo de su obra evidenciado en la manera en que plasmaba el sentimiento de culpa, como se puede notar con certeza en I Confess (Mi Secreto me Condena, 1952) y de forma más sugerente en el film citado que Hitchcock convirtió en remake propia: The Man Who Knew Too Much (El Hombre que Sabía Demasiado). El thriller político de espionaje también formó parte de la filmografía hitchcockiana y, para ejemplos, basta nombrar las brillantes North by Northwest (Intriga Internacional, 1959) y Torn Curtain (Cortina Rasgada, 1966). Podríamos apuntar además la menos destacada pero valiosa Topaz (1969).

Como denominador común de sus films también podemos citar los elementos románticos que tan bien combinaba con el misterio, sumados a una perversión y a un sadismo siempre en su medida justa que, inquietantes, generaba climas de permanente tensión. Probablemente Vertigo (Vértigo, 1958) y Psycho (Psicosis, 1960) constituyan sus dos obras cumbres. Tanto a nivel artístico y por la relevancia cultural que representan para la historia del cine, se ubican como dos de las mejores películas jamás realizadas. Bien valen estos dos ejemplos para citar al maestro del suspenso en una conversación que mantuvo con el mismísimo François Truffaut y que sirve para entender su concepción del manejo de los tiempos del género y cómo generar el misterio: La sorpresa en el público sucede cuando una bomba estalla mientras dos personas conversan en un bar. Mientras que el suspenso sucede cuando el público sabe que hay una bomba debajo de la mesa donde esas dos personas conversan sin saberlo y que irremediablemente va a explotar. Tarde o temprano, esa conversación no tendrá sentido y la vida no les permitirá la oportunidad de escapar.

El británico solía propiciar nuestro desconcierto con suma habilidad, utilizando elementos de la puesta en escena y mecanismos narrativos varios para sugestionarnos y condicionarnos. Por ejemplo, siguiendo la pauta de la mayoría de los films de Alfred Hitchcock, donde un hombre común y corriente preso de su curiosidad se mete en problemas mayúsculos, Rear Window (La Ventana Indiscreta, 1954) oculta más detrás y se revela como un film osado que explora los hábitos del voyeurismo como nunca antes se había hecho. Un condimento que, sin dudas, agrega algo más de sabor al atractivo plato principal de suspenso del gran maestro.

El interés en la sorpresa permanente es uno de los factores que se repiten a lo largo de la filmografía de Hitchcock, haciendo de sus películas una nutrida fuente de disparadores y motivaciones. A medida que diferentes pequeñas historias se desarrollan de forma paralela y que concluyen en el clímax de suspenso que devela el misterio, el autor continúa fiel al siempre cuidado estudio de los personajes y que preceden a un final al estilo clásico del director, ese que perfeccionó desde sus comienzos en su Inglaterra natal hasta desembarcar en la meca de Hollywood.

Siguiendo el citado ejemplo de La Ventana Indiscreta, más allá de la obsesión por mirar la intimidad ajena que tiene su personaje principal, Hitchcock nos plantea el interrogante sobre un crimen que podría o no haberse cometido y, en clave de thriller, nos sumerge en un medio ambiente asfixiante, atrapante espiral de intriga cuyo misterio se resuelve delante de nuestros ojos. La acción toma parte en un departamento rodeado por edificios, y la puesta en escena utilizada nos hace experimentar las emociones claustrofóbicas que vive el protagonista. Podemos experimentar de forma singular la lucha que mantiene este hombre común por controlar sus nervios, que lo llevan a ver compulsivamente todo aquello que ocurre a su alrededor, pero el estar incapacitado de actuar lo conduce a la desesperación.

Son estos procedimientos los que definen su cine y por el cual se puede encontrar en él a un sólido autor, quien analiza los mecanismos que construyen la compleja mente humana y los despliega minuciosamente trayendo aparejada, como de costumbre y con efectividad, la complicidad del espectador con las prácticas éticamente cuestionables o psicológicamente aberrantes de sus personajes.

En tiempos donde la obra de Hitchcock era enaltecida por la intelectual camada de críticos franceses, las huellas autorales se convertían en un factor omnipresente a la hora de estudiar la obra de aquellos ilustres realizadores, bajo los cuales se sostuvo la teoría cinematográfica de autor, elaborada y perfeccionada por la escuela cahierista. El gran maestro del suspenso resultaba el epítome de tan selecto grupo.