Algunas líneas sobre Tiger King, la imperdible serie de Netflix

El encargado de un zoológico pierde la cabeza en esta historia real sobre un crimen por encargo en el excéntrico submundo de la cría de grandes felinos.

Tiger King, Joe Exotic, Netflix

«Los tigres aman la pimienta. Odian la canela»
(Alan Garner, The Hangover, 2009)

No hay aspecto de Tiger King que no resulte fascinante. Lo es su mundo, habitado por una sarta de individuos insólitos, pero también lo es el caso que de este se desprende. Uno de rencores, traiciones y disputas mezquinas, llevadas a niveles de locura para mantener la porción que corresponde de un negocio miserable.

En esta colección de personajes únicos, ninguno brilla tanto como Joe Exotic. La extravagancia hecha nombre y apellido, un redneck sureño con ínfulas de Siegfried sin Roy, con sueños de Las Vegas desde el pedazo de tierra que ocupa en Oklahoma. Un criador de tigres abiertamente homosexual, amante de las armas y con unas cubanas propias de los ’80, es una personalidad carismática y avasallante. El espécimen más raro de esta selva de jaulas.

Las condiciones del reino que detenta escapan del sentido común. Solo en Estados Unidos hay más tigres en cautiverio que en todo el mundo en estado salvaje. A ellos les gustan los gatos grandes… Hay un mercado repudiable de compra y venta de felinos, en el que están involucrados sujetos como el arriba mencionado y otros tantos más, cuyas particularidades es mejor descubrir conforme avanza la trama. Propietarios de zoológicos interactivos repletos de animales exóticos, donde las estrellas son los adorables tigres de unos pocos meses, fuentes de dinero para sus bizarros dueños a base de fotos para las redes sociales. Esas pocas semanas de vida son claves: cuando los cachorros no representan un riesgo físico a quienes los acarician ni uno financiero para quienes deben alimentarlos.

La mayor amenaza a tan lucrativa empresa es una defensora de los derechos de los animales, antagonista de todos los que buscan su porción del pastel, pero algo todavía mayor en el caso de Joe Exotic. En el mundo del Rey Tigre todo es extremo, con lo que esta disputa cobra colosal dimensión. Es el odio cósmico. Una bronca que se hace carne tras haberla masticado lo suficiente, que resulta en rechazo a lo que ella hace, a lo que es como activista y a lo que es como persona. Básicamente a todo lo que representa. Porque si bien la meta final de Tiger King es lo que Joe hizo, hay un meticuloso estudio de los principales actores en juego, que demuestra que algunos están más sucios que otros, pero nadie está limpio.

Tiger King, Carole Baskin, Netflix

La disputa es todavía más cautivadora con la ingente cantidad de material de archivo a disposición de los realizadores. Es una contienda de larga data que Eric Goode y Rebecca Chaiklin sacan a la luz gracias a esa ventana al mundo que es Netflix, pero que se estuvo cocinando a los ojos de cierto público durante años. Una guerra mediática ocasionalmente desplegada en algún canal local de noticias, pero cuyo campo de batalla predilecto fue la web. Vía redes sociales y con un programa propio para unas docenas de espectadores, Joe Exotic hirvió su rencor y destiló podredumbre, enfrascado en una riña fútil y tóxica de la que no podía sacar nada positivo, solo pestilencia. Todo ese archivo estaba al alcance de quien supiera verlo. Y, en las manos correctas, es gran televisión.

Una historia de asesinato, caos y locura, un caso real desentrañado a lo largo de siete episodios ricos en personajes peculiares y rencillas mundanas, con resultados más extraños que la ficción. De pasados oscuros que vuelven al foco de atención, de supuestas verdades que se vuelven canción –con ridículos videos musicales para sazonar- y con una puerta giratoria de tipos turbios que buscan prenderse del negocio.

Y en el centro de todo están los tigres, a los que Tiger King temporalmente olvida, al igual que sus protagonistas. Hay una noción que se explora con diferentes variantes, la del poder que estos animales tienen sobre las personas; como si el domesticar a una criatura que la naturaleza quiso que fuera salvaje otorgase cierto cariz místico a su propietario. Con fines sexuales o pecuniarios, todos los usan para satisfacer deseos personales. En cierto punto se perdió el camino. Todo era sobre los tigres, después pasó a ser sobre el negocio. Y la miniserie documental pierde el fuste de los primeros episodios cuando se envuelve en asuntos judiciales, en puñaladas traperas de chantas con móviles oscuros o en las ambiciones alejadas de tan majestuosos animales.

Para el final, Tiger King recupera su lucidez y se despacha con algunas reflexiones agudas que remiten a tiempos pasados, de ojos esperanzados y menos cínicos, cuando el negocio no había infectado la causa o una amarga disputa amenazaba con destruirlo todo. Es que, en palabras de William Blake, los tigres de la ira son más sabios que los caballos de la educación. Y a estos tigres les gusta el picante.

9 puntos

 

 

 

 

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