Crítica de A Una Legua

Narra el viaje del músico y compositor Camilo Carabajal a través de una poderosa fusión de folclore y tecnología digital.

A Una Legua, Camilo Carabajal

«Te van a criticar, pero vos sonreí. Te van a criticar, pero yo te felicito».

Camilo Carabajal no necesita introducción y A Una Legua no se la brinda. Tiene un apellido ligado a la historia del folklore argentino, suficiente como para justificar este viaje hacia el interior de nuestra cultura, a un entendimiento de lo que hace a nuestra música y a sus posibilidades hacia adelante. Su búsqueda tiene que ver con una fusión entre tradición y modernidad, en la que celebra a algunos destacados exponentes de nuestro folklore en el marco de una misión altruista, explorada en una vía clásica que podría haberse fortalecido más de elegir mejor sus inyecciones de vanguardia.

Camilo y su pareja Ingrid Schönenberg tienen un proyecto ecológico muy relevante, el cual sirve como disparador para este documental. La idea es la del Eco-Bombo, una versión del instrumento musical hecha a partir de bidones de agua reciclados, la cual se complementa con el objetivo de hacer una reforestación de ceibos. Es que el árbol y flor nacional de Argentina se utiliza para la construcción del bombo legüero, y hay que cuidarlo. Así se pone en marcha el viaje del carismático Carabajal, el cual lo lleva a dialogar con figuras del folklore que aportan su mirada y lo asisten en su camino.

A Una Legua, Camilo Carabajal

El bombisto Vitillo Ávalos le dice la frase que inaugura esta crítica, que da lugar a una sonrisa de oreja a oreja del protagonista y que se convierte en mantra. En su búsqueda conversa con la cantante y percusionista Egle Martin, con su padre Cuti Carabajal, con los luthiers Mataco Lemos, El Indio Froilán y Mario Paz –este que también aporta su mirada como proteccionista del ceibo-, en tanto que también se entrecruza algo de su trabajo con Metabombo, un grupo de bombistos y bailarines que creó, y sus presentaciones con Tremor, su power trio de folklore digital.

Es más lo que uno quisiera ver de este último aspecto, pero la guionista y directora Andrea Krujoski –y el propio Camilo Carabajal- deciden hacer foco en una mirada científica que no suma demasiado. Hay un doctor en biotecnología de la UADE que trabaja junto a Camilo para guardar en moléculas de ADN de una bacteria una de sus canciones, curiosidad a la que se dedica tiempo de pantalla en detrimento de otros aspectos de mayor interés, como el propio arte del músico junto a sus grupos. Es un ejemplo más de esta búsqueda de fusionar folklore con tecnología digital, algo que rompe con lo cotidiano pero que no representa más para el documental que un dato de color.

Por fuera de eso, A Una Legua siempre es mejor cuando se dedica a explorar la tradición y el aporte concreto que Camilo puede hacer a ella. Es loable la labor artesanal de quienes colaboran junto a Mario Paz en la creación de los bombos legüeros, quien rompe en llanto al ver su trabajo reconocido. El diálogo con Cuti da pie al único uso de imágenes de archivo, algo de la vida de los Carabajal en Berlín que ofrecen un poco más de contexto a esa búsqueda de vanguardia en la tradición, en tanto que se consiguen emotivos testimonios de quienes se dedicaron por completo a un arte que hay que celebrar.

7 puntos

 

 

 

 

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