Crítica de Aftersun

Un viaje melancólico en la búsqueda del entendimiento paternal.

La productora, guionista y directora de cine escocesa Charlotte Wells presentó este año su ópera prima, Aftersun, en la última edición del Festival de Cannes. Más de medio año después de su premiere, los halagos hacia la película no han dejado de llegar y los premios han empezado a llover: arrasó en los BIFA (los premios del cine independiente británico) y ha sido galardonada por las principales asociaciones de críticos de Estados Unidos (Nueva York, Los Ángeles, la National Board of Review…). 

En la hora y media que dura la película, seguimos las vacaciones en Turquía entre Callum (Paul Mescal), un padre joven, y su preadolescente hija Sophie (Frankie Corio). Esta no es una película con grandes momentos traumáticos ni confrontaciones violentas entre los personajes, son los suaves ritmos de la película, las elecciones editoriales, los detalles tanto visuales como actorales, la paciencia, la sensibilidad del enfoque de Wells y de su director de fotografía Gregory Oke los que van dando pista de la profundidad y situación en la que se encuentran padre e hija. Son sus conversaciones, caricias, miradas y silencios los que van revelando poco a poco elementos de sus dos personajes principales. 

Una de las primeras escenas es un primer plano de Sophie durmiendo en la cama. En el balcón de más allá, visto a través de la puerta de vidrio, su padre se esfuerza por encender un cigarrillo, obstaculizado por el yeso en su brazo derecho. Segundos después de encenderlo, empieza a balancearse hacia adelante y hacia atrás rítmicamente, los brazos se mueven hacia afuera, hacia arriba y hacia abajo, una aproximación soñadora de los movimientos de Tai Chi, tal vez. No está muy claro qué le pasa, ya que la cámara no se acerca y hay barreras que nos separan de él. Este es un momento de soledad para el padre, arrebatado al final del día cuando su hija duerme. La respiración profunda de la hija marca el ritmo de los movimientos del padre, y hay algo casi espeluznante en el momento. La hija de 11 años duerme todo el tiempo. Cuando despierta solo ve la espalda de su padre descansando. 

¿Qué tan veraces son los recuerdos que conservamos de nuestra infancia? ¿Qué tanto entendíamos lo que realmente pasaba a nuestro alrededor? Este tipo de preguntas explora Wells en su cinta. Situándose en un caleidoscopio de sensaciones nostálgicas que siguen sintiéndose en el presente, Aftersun es una revisión sobre algo que sucedió, que quizás no comprendimos o pudimos ver en su momento y que ahora intentamos recomponer a partir de la propia experiencia y los propios recuerdos.

En la cinta, como en esa secuencia, se siente una inquietud que es difícil de ubicar, o incluso nombrar, particularmente porque Calum y Sophie están disfrutando de sus vacaciones y en principio todo parece ser sol y risas: comen helado, se dan baños de lodo, nadan, juegan pool, cantan karaoke, no importa que el resort sea barato y que haya obras en construcción. La fricción ocasional es normal entre padres e hijos, nada demasiado tóxico, nada demasiado traumático. Lo que importa es estar juntos. Mescal (tan maravilloso cómo en «Normal People«) ofrece una hermosa interpretación mostrando sutilmente destellos fugaces de preocupación y autodesprecio, sus temores de no ser lo suficientemente bueno, no ser un buen proveedor o fallarle… todas las cosas que siente que debe ocultar y, en su mayor parte, oculta.

El director de fotografía utiliza una paleta suave, veraniega y saturada, y a menudo mantiene el encuadre descentrado, lo que desestabiliza el punto de vista. Calum a menudo se ve a través de una puerta, o como un reflejo, en un espejo o en una pantalla de televisión, oscurecido, medio allí, medio no allí. Aunque nunca lo diga, hay «pistas» de que su vida no ha resultado como él esperaba. Ha traído libros sobre meditación y Tai Chi, sugiriendo no tanto una práctica ya establecida sino estrategias e intentos de evitar la ansiedad. Sus preocupaciones lo abruman y Sophie a pesar de estar en pleno tránsito entre su niñez y su adolescencia, lo siente, percibe que algunas cosas no están bien con su padre. 

Sin embargo, en medio de eso está el profundo y honesto amor de ambos, y la búsqueda de conexión ante la separación de sus respectivas cotidianidades en casa, pero también están las diferencias propias que surgen de una ausencia. Juntos, la pareja evoca una ternura que, en ocasiones, deja sin aliento. De ahí que poco a poco también va quedando claro que hay otra protagonista en la película: la Sophie del futuro que 20 años después ve los registros en video de esas vacaciones para intentar comprender a ese padre que ya no está.

En lugar de un dispositivo de flashback convencional, Wells intercala las vacaciones con secuencias «rave» surrealistas donde una Sophie adulta (Celia Rowlson-Hall) se para en una pista de baile abarrotada, vislumbrando a su padre moviéndose al ritmo de la música de una manera que se siente mucho más poderosa de lo que podrían lograr las palabras. Los relámpagos de luces son tan intermitentes y violentos visualmente que es imposible verlo o percibirlo en su totalidad. Ella quiere llegar a él, tocarlo, abrazarlo, pero parece haber demasiada interferencia externa. Sophie ahora adulta lo entiende mucho mejor. ¿Cómo sería si pudiera hablar con él? ¿Qué le diría? La película va construyendo lentamente un crescendo emocional que eclosiona en un desenlace visual y sonoro que está entre los mejores que he visto en el cine.

Aftersun es en pocas palabras, el viaje de aceptación de que su viaje a Turquía, fue su último baile juntos con toda la intimidad y naturalidad de un padre y una hija que se aman, extrañan y acompañan así no se comprendan del todo. Es la propuesta de Wells de intentar solucionar aquello que probablemente nunca sanará ni comprenderá del todo, pero con lo que quizás sí, a pesar del dolor, podemos reconciliarnos. De esta forma, en cierto modo, es un acto de empatía imaginativa. Es una película simple, que no cae en obviedades y se deja sentir para apretar el corazón.  

estrella4