Crítica de Apolo 10 ½: una infancia espacial

Antes de lanzar la misión Apolo 11 para llevar a los primeros astronautas a la luna, la NASA envió en secreto a un alumno de cuarto grado.

El primero de abril se estrenó en Netflix Apollo 10 1⁄2: A Space Age Childhood, un coming-of-age animado basado en la infancia del escritor, director y productor de la película, el estadounidense Richard Linklater (Boyhood). El héroe y narrador es Stan (con la voz adulta de Jack Black), un estudiante de cuarto grado que se ve envuelto en una misión ultrasecreta de la NASA cuando los ingenieros encargados se equivocan en el tamaño de la cabina, viéndose obligados a reclutar a un niño para ir a la Luna. A pesar de aparentar ser el centro de la cinta, la verdad es que resulta siendo una excusa, que se olvida rápido y se recupera, un tanto marginalmente, en la segunda mitad, la cual se centra en la llegada a la luna del Apolo 11. El resto del tiempo a través de las animaciones y la voz en off de Black, el director se dedica a contar cómo fue su infancia.

Entonces tal vez un mejor resumen de esta película sería: los recuerdos de infancia de un niño estadounidense en la década de los sesenta en los suburbios recién desarrollados de Houston, Estados Unidos. Linklater nos transporta llevándonos a un viaje impulsado por la nostalgia no solo para ver, sino también para experimentar el alunizaje tal como lo hizo él. En una entrevista afirmaba: «He visto muchas películas desde la perspectiva de los astronautas, pero si realmente haces los cálculos, hay 12 personas que caminaron sobre la luna, frente a cientos de millones que las vieron caminar en televisión. Así que pensé que era una buena idea tratar de captar esa experiencia desde la perspectiva de los ciudadanos consumidores, de lo emocionante que era estar vivo en ese momento«.

Y en mi opinión Linklater junto sus animadores lo logra, la cinta nos transporta a ese momento y espacio particular. Los primeros cincuenta minutos nos presenta o recuerda todos los detalles de la cultura popular de la época: la música y las estrellas del momento, los juegos en el barrio, las películas y programas de radio y tv; las dinámicas escolares y familiares, -recordando la misma cultura pop como algo inseparable de las relaciones familiares-. Al final todos y cada uno de los detalles han ayudado a recrear el ambiente, la ilusión y confianza ilimitada de la época en la ciencia, la tecnología y una ciencia ficción cada vez más espectacular que llenaba no solo a los niños sino a los adultos de emoción, asombro y esperanza sobre el futuro. Es aún más rescatable que recreando este escenario, la película sea capaz también de rescatar la disonancia que implicaba para los jóvenes estar sumergidos en esta burbuja de la cultura popular mientras que al mismo tiempo había en el país un pico de agitación política y manifestaciones sociales que demostraban el pesimismo por la Guerra de Vietnam, la Guerra Fría, el racismo sistemático y los asesinatos políticos. Por último, no soy experta en animación, pero es importante reconocer el increíble trabajo artístico de sus animadores, quienes utilizan un hiperrealismo asombroso que ilustra los recuerdos que describe nuestro protagonista.

Ahora habiendo mencionado todas estas cuestiones que resaltan de la película, debemos hablar del elefante en la habitación y es que realmente la cinta parece más un ensayo cinematográfico que una película que busque vincular a los espectadores con los personajes y su historia. Reconozco lo encantador que implica recordar la cultura popular del pasado, no hay nada más divertido que estar con un grupo de amigos de infancia y empezar a intentar recordar todas las animaciones que se veían de niño. Sin embargo, tras la primera media hora, se vuelve largo e incluso podrá resultar tedioso para todos aquellos que no vivimos esta época y seguramente para los espectadores de la edad del protagonista, será casi imposible conectarse con esta. Tampoco ayuda que prácticamente toda la película esté narrada, habiendo tramos en los que puede sentirse como si estuviéramos viendo una presentación de diapositivas editada con imágenes en movimiento. Considero que la estrategia narrativa de la fantasía de Stan termina siendo desaprovechada, hubiera sido mejor dejado hablar más a los personajes y adentrarnos más en la fantasía del niño en la Luna que oír a Black durante casi 90 minutos seguidos o por el contrario eliminarla y haberse decidido por un documental animado más al estilo de la magnífica Vals with Bashir (2008).

A pesar de esto, para mi esta fue una película agradable que sigue explorando lo que los distintos estilos narrativos pueden aportar al momento de contar una historia (a pesar de que aquí sea difícil conectarnos por la falta de esta). En pocas palabras, Apollo 10 ½ es una autobiografía cultural, con un sentido único de forma y estilo cinematográfico que amplifica la expresión emocional y sensibilidad del director, transmitiendo la nostalgia y añoranza que visiblemente siente por su infancia, incluyendo las alegrías, los miedos, pero sobre todo el recuerdo de una época en donde parte de la cultura popular incluía creer en todo lo que tenía por ofrecer el futuro y el espacio.