Crítica de Blue Jasmine

Después de que todo en su vida se cae a pedazos, incluyendo su matrimonio con el adinerado empresario Hal, la distinguida dama de la alta sociedad neoyorkina Jasmine se muda al modesto apartamento de su hermana en San Francisco. Jasmine llega en un frágil estado mental, con su cabeza tambaleante y sumergida en un cóctel de antidepresivos.

Blue Jasmine, Cate Blanchett, Woody Allen

Con el estreno de To Rome With Love, se hacía claro que Woody Allen debía abandonar el turismo por las principales capitales europeas y volver a la zona de confort en la que se había hecho grande. Con algunas películas en el marco de dicho tour que no lograron sobresalir dentro de su filmografía –Midnight in Paris está muy bien, pero no es de lo mejor que tiene para dar-, hay quienes pusieron en duda la perdurabilidad de su talento. Blue Jasmine es la confirmación de que el neoyorquino está intacto, un film que reboza del ingenio que siempre ha acompañado a sus guiones, con un personaje muy sufrido -lo cierto es que él no deja de torturarla- brillantemente interpretado por Cate Blanchett.

Allen toma A Streetcar Named Desire de Tennessee Williams como una inspiración para acercar la historia de esta mujer refinada cuya vida se ha ido por el drenaje. Y si bien su regreso al terreno conocido es parcial, la ambienta en Nueva York pero sobre todo en San Francisco, se cae de maduro que el neurótico realizador está cómodo. Siempre un escritor destacado por sobre todas las cosas, aquí ofrece un guión punzante, dinámico, que va hacia atrás y adelante en el tiempo -en un lapso de varios años- pero que en ningún momento pesa, sino que se percibe como una progresión natural de eventos que nos ayudan a comprender la dañada psiquis actual de Jasmine.

Diferente sería el resultado de no estar Cate Blanchett delante de cámaras. No es fácil identificar una actuación dentro de una filmografía vasta como la de ella como la mejor que ha hecho, no obstante en lo que respecta a esta personificación se puede asegurar sin temor a equivocarse que es uno de los trabajos más sólidos de su carrera. En lo que es una seguidilla constante de pálidas que no hacen más que dinamitar su ya de por sí frágil estado mental, Jasmine desciende con parsimonia pero con firmeza hacia un grado de locura completa. Blanchett pasa de una escena a la otra a ser una radiante dama de la alta sociedad de Manhattan a una alcohólica empedernida que busca reinsertarse al mundo laboral pero sin poder despojarse de sus aires de grandeza. Sus expresiones faciales la consagran. La mirada perdida en el vacío, los murmullos incoherentes, los reproches al aire, Blanchett y Allen esculpen el perfil de esta mujer caída en desgracia y disociada de la realidad, sin un centavo a su nombre pero que aún se las arregla para viajar en primera.

Si bien la película es de ella, el director presenta a una serie de personajes secundarios que ayudan a pintarnos el por qué de sus turbulencias actuales. Ninguno aspira a opacar a Jasmine y todos los actores involucrados ofrecen interpretaciones a destacar -es una sorpresa encontrar así a Andrew Dice Clay, el cómico misógino apartado por la industria que puede volver a figurar-, pero cuando se le da tanta importancia a Alec Baldwin, Bobby Cannavale, Peter Sarsgaard o Michael Stuhlbarg, la película no puede evitar tener cierto avance irregular o pérdidas de ritmo que generan impresiones de altibajos, sobre todo cuando se toma un desvío hacia la relación entre Sally Hawkins y Louis C.K..

Blue Jasmine es, indudablemente, el mejor trabajo de Woody Allen en mucho tiempo. Cruel e incisivo, encuentra comedia donde por lógica o empatía no debe haberla. Presenta a una Blanchett volátil y perfecta -la nominación al Oscar debería ser una certeza absoluta-, que provoca sensaciones cambiantes en un público que puede detestarla o simplemente amarla y sentir lástima por ella en cuestión de segundos. Con sus 77 años, el neoyorquino nos entrega una joya así y demuestra que lejos de haber llegado a un punto de su carrera en la que debería contemplar el retiro, está tan lúcido como hace tres décadas. Su genio es envidiable pero, sobre todo, innegable.

9 puntos

 

 

 

 

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