Crítica de Breve Historia del Planeta Verde

Tania es una chica trans que hace shows en las discos, Pedro una criatura de la noche y Daniela acaba de romper una relación amorosa. Cuando Tania recibe la noticia de la muerte de su abuela, debe ordenar una extraña herencia.

Breve Historia del Planeta Verde, Santiago Loza

Tania, Daniela y Pedro se despiertan, cada uno en su departamento, cada uno con su propia melancolía. Hay una pesadumbre en sus miradas, contemplando hacia la nada, hacia otro lugar, sentir acentuado con el piano de Diego Vainer (Dos Disparos, Vaquero). La cámara de Santiago Loza los sigue, los rodea, se acerca de a poco. Hasta que se aleja desde el balcón de Pedro, tanto como le es posible, para dar un fenomenal plano general largo de un edificio en plena Capital Federal, uno entre tantos, con su protagonista perdido en su entorno. Así empieza esta Breve Historia del Planeta Verde.

Verla sin ningún tipo de referencia me significó una experiencia alucinante para la que no estaba del todo preparado. Lo que en un primer momento salta a la vista es algo coherente con el cine de Santiago Loza: lo bien que filma. El juego de luces y colores -muy bien Eduardo Crespo-, acompañado con una gran labor musical, la convierte en una película hipnótica. Tania es feliz en el boliche y Pedro baila totalmente compenetrado con el ritmo, la música electrifica su cuerpo y eso se traslada a la platea con una absoluta claridad en las imágenes. Ella recibe la noticia de la muerte de una familiar y debe volver a su pueblo natal junto a los dos amigos de la infancia, de toda la vida, y a partir de ahí el giro de timón. El flash para el que no estaba listo, pero que absorbe por completo.

Breve Historia del Planeta Verde no sigue una norma. El hecho de tener a una protagonista trans podría llevarla por un sendero que otras veces se ha recorrido, pero Loza quiere otro rumbo. Se ganó el Premio Teddy en el Festival de Berlín a la mejor película de temática LGBTIQ, pero no es que haya elegido problematizar sobre la identidad de género de Tania –más allá que después se pueda trazar un paralelo con la noción de un cuerpo extraño, tanto el de ella como el de sus amigos-. Ella es la protagonista y es una mujer trans, un aspecto más en la construcción del personaje que con buen tino se toma como algo natural, no como lo único que la define.

Breve Historia del Planeta Verde, Santiago Loza

Tania recibe un encargo, una misión heredada, y se pone en marcha una road movie a pie por unos paisajes maravillosos de nuestra Argentina. Hay que destacar los escenarios retratados –entre Tierra del Fuego y Chascomús-, ricas locaciones que fortalecen el impacto de esta breve historia del planeta verde, que deviene en una aventura que dialoga con aquellas propias del Hollywood de los años ’80. Algo de E.T. the Extra-Terrestrial –con referencia directa en el antifaz con el que Tania duerme-, de Stand By Me, de The Goonies, el trío central tiene que emprender esta cruzada personal a raíz de un cuerpo extraño, que en cierta forma se vincula al de todos ellos.

Los tres despiertan al comienzo de la película, pero esta queda en un estado de oneirofrenia, un estado de ensoñación prolongado que provoca que Breve Historia del Planeta Verde regale imágenes memorables. En el camino los tres, sujetos dañados en sus propios términos, encuentran su fuerza interior. El almafuerte. Pero en tanto se pone más onírica, se pierde algo de fuste. También hay que señalar lo dispares que son las interpretaciones, con un Luis Soda más acartonado que Romina Escobar o Paula Grinszpan, excepto cuando baila y realmente se puede soltar y encontrar esa naturalidad que necesita. Es un relato más dentro del vasto universo, condensado en apenas 75 minutos de sorpresiva originalidad –los flashbacks con fotos son otro delicado punto alto-, con una mirada amable e inocente de una Tierra que tiende a ser más cruel.

8 puntos

 

 

 

 

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