Crítica de Claudia

Una meticulosa organizadora de eventos debe reemplazar a una colega amiga en la planificación de una boda. Todo se complica a partir de su decisión de cambiar el sitio en el que se llevará a cabo la ceremonia.

Claudia, Sebastián De Caro, Dolores Fonzi

«Los detalles son todo», reza la frase que acompaña a la imagen de Dolores Fonzi en el póster de Claudia, la nueva película de Sebastián de Caro (Rocabilly, 20000 besos). Dicha consigna se aproxima a los sucesos que acontecen en el film, expone la forma en que la historia se organiza y, sobre todo, define las obsesiones de la protagonista. Esto puede advertirse desde el inicio, en el que la vemos encargándose de un evento que tiene como estrella a Mariana «Lali» Espósito, quien interpreta una canción que tendrá un peso central en los sucesos posteriores -luego ocurrirá lo mismo con el tema de cierre-. A su vez, De Caro refuerza otros aspectos de la personalidad de Claudia, y no concentra esa faceta detallista únicamente en su desempeño laboral. Para esto, traslada esa actitud compulsiva a otros momentos, como por ejemplo el velorio de su padre, en el que esta le reclama a la encargada del funeral una mayor prolijidad y esmero, sin mostrar un ápice de consternación por la tragedia ocurrida.

Sin embargo, esta manera de presentar a Claudia no tiene como objetivo definirla como fría o insensible, sino dar cuenta del impacto que tiene su forma de obrar profesionalmente en su vida cotidiana. Al mismo tiempo, esto aporta al tono de la narración, que cuenta con un sentido del humor entre urticante y absurdo. Los dos momentos que confirman las buenas intenciones de la protagonista son, a la vez, los principales disparadores de la trama: en principio su decisión de reemplazar a su amiga Elizabeth (Valeria Correa) en la organización de una boda ya prevista, y luego ayudar a Jimena (Paula Baldini) a sobrellevar su repentina decisión de no casarse con Julián (Julián Kartún). El manejo de la gracia descabellada y por momentos ominosa, que ya aparece en el comienzo durante la mencionada escena del funeral, se consolida a partir de la acción que dificulta todo: la resolución de Claudia de cambiar la locación de la fiesta debido a problemas edilicios. Esto, junto con el inesperado arrepentimiento de Jimena, la llevará a involucrarse en situaciones inesperadas y a poner en práctica procedimientos insólitos. Un claro ejemplo de esto es el hecho de descubrir que la familia de Julián oculta algo relacionado a la confirmación del compromiso, y cómo a partir de esta revelación opta por realizarles un interrogatorio cuasi policial a todos los invitados para desentrañar qué hay detrás de la negativa de la novia.

Claudia, Sebastián De Caro, Dolores Fonzi

Simultáneamente, la película construye su fortaleza no solo a raíz de la expectativa en torno al desenlace de la boda, sino también a través del mecanismo que utiliza para relatar estos acontecimientos. La estructura narrativa se nutre de lo hilarante del guion y sitúa los eventos en un terreno de delirio inesperado, a tal punto que parecen no conectarse entre sí y quedar a la deriva -solo en términos aparentes-. Ese gran manejo de la tensión dramática, junto con la imposibilidad que se le plantea al espectador de anticiparse a lo que vendrá, entra en precisa fricción con la cualidad perfeccionista de Claudia, y al mismo tiempo confirma su teoría respecto a la importancia de los detalles. En cada diálogo, gesto y mirada se juega el rumbo del film. La minuciosidad del director también se corresponde con la de la protagonista. Otro de los aspectos fundamentales en cuanto a las virtudes formales de la película es su ruptura con la noción de género en términos rígidos. De Caro da rienda suelta a sus convicciones y absorbe rasgos del policial, la comedia romántica y hasta del fantástico. Esto le permite invertir las características de algunos arquetipos. Resulta notable, en este sentido, la utilización del personaje del mago Tony Maravilla (Santiago Gobernori), encargado de realizar el acto final de la ceremonia. Tanto Claudia como su compañera Pere (Laura Paredes) sospechan de él, ya que parece esconder algún tipo de vínculo con Jimena. Esto se sugiere a partir de la fascinación que muestra la prometida frente a su actuación -este es el único momento en el que la vemos sonreír durante la celebración-. De esta manera, el director adjudica en el mago una doble simbología: la del invitado sorpresa y la del héroe, por ende se justifica que sus acciones tengan consecuencias diversas.

Los méritos que presenta Claudia son tan abundantes como variados. En principio es un film que descoloca. No solo por el hecho de esquivarle a las expectativas que puede despertar al tener como circunstancia principal a una boda, que por lo general suele anticipar una burda comedia o un infausto melodrama, sino también porque consigue incomodar sin caer en el fatalismo y sosteniéndose en una serie de procedimientos discursivos tan inusuales como cautivadores. Estos implican cierta ruptura del director con sus trabajos previos, sobre todo 20000 besos, pero sin abandonar nunca sus manías usuales -por ejemplo las citas y las referencias cinéfilas y su particular sentido del humor irónico-. En la brecha entre los objetivos laborales de Claudia y el estado sentimental Jimena se encuentra el meollo del film. Tanto la obstinación detallista y el querer anticiparse a los hechos más allá de que su rumbo parezca inaprensible, como esa fascinación por el acto de magia, por el factor sorpresa y no por lo que este esconde –cuestión que también explica el temor al apoltronamiento y la previsibilidad del matrimonio-, conforman la peculiar sustancia de esta obra genial y enigmática.

8 puntos

 

 

 

 

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