Crítica de Crímenes del Futuro: metamorfosis de un cuerpo que habla

¡David Cronenberg regresó al body-horror! Y lo hizo con una de las mejores películas del año.

¿De qué va? En un futuro distópico, la humanidad debe adaptarse a un entorno sintético, en donde el cuerpo humano sufre transformaciones adversas. Frente a esto, el artista Saul Tenser exhibe sus mutaciones en performances radicales, buscando dejar una huella.

Dolor. El único móvil para alcanzar la lívido en un mundo en donde los sintético reina entre lo carnal. El cuerpo humano, como lo conocemos, sufre transformaciones drásticas, como la mutación de nuevos órganos y la adaptación a maquinarias para consumar las funciones motoras más básicas, como alimentarse. La humanidad se divide entre los que abrazan el cambio, conscientes de que el entorno sintético que los rodea es su nueva realidad y los que lo repudian, persiguiendo a los anarquistas y aferrándose a los vestigios de un tiempo que fue mejor.

En el medio está Saul Tenser (Viggo Mortensen), un artista de performance que cuenta con el don, o maldición, de producir órganos nuevos dentro de su cuerpo y los exhibe con fines meramente artísticos, para dejar un mensaje en el espectador. El cuerpo, como materia cambiante, habla. Se expresa de manera morbosa, misteriosa, pero no por eso debe ser ignorado.

Cronenberg, que se apoya en la búsqueda visual que nos regaló en obras anteriores como Scanners, La Mosca y Videodrome, hace un recorrido a través del conflicto de Saul como artista y sujeto. Mostrando la “belleza interior” que descansa dentro de lo desconocido, Saul también es espectador de un presente fragmentado, en donde la violencia física es el único método para llegar al orgasmo, dejando atrás la sensorialidad más primitiva, como el choque de dos cuerpos que buscan consumarse.

Acompañado de su asistente Caprice (Léa Seydoux), Saul experimenta en sus performances – la extracción de órganos generados naturalmente – aquel sentimiento de lujuria, el cuál despierta tanto en Caprice como en los presentes sensaciones libidinosas. Atrapado entre el discurso de su asistente, que busca llevar más allá la exploración carnal de ese dolor lascivo, y la mirada errática de Timlin (Kristen Stewart), que insinúa con mirada erótica la consumación carnal tal como era en antaño, Saul se ve envuelto en una dicotomía que pone en jaque su cuerpo como artista y como sujeto real, sensible a los cambios de una sociedad que pierde, paulatinamente, las características tanto físicas cómo sensoriales que la definen como tal.

Construyendo un conflicto externo que se retroalimenta del interno, Cronenberg nos regala un viaje que recorre los pasillos del body horror para llevarnos hacia una experiencia que trasciende como un estudio tanto de personaje como de contexto. Entregarse completamente a los cambios de su cuerpo o seguir romantizando aquella mutación dándole sentido artístico por sobre lo racional; una dualidad que el protagonista debe enfrentar para lograr, de una buena vez por todas, acallar las dolencias que gritan dentro de su cuerpo.

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