Crítica de El Gran Río

En ella David Bangoura (Black Doh), es un joven rapero africano que viaja escondido en un hueco sobre el timón de barcos de ultramar. Luego de varios intentos por entrar de polizón a Europa, arriba al puerto de Rosario, Argentina. Allí obtiene refugio, se obstina en adaptarse y grabar su música.

«Todo el mundo es especial. Todos. Todo el mundo es un héroe, un amante, un tonto, un villano, todos. Todos tienen su historia que contar».
(V for Vendetta, Alan Moore)

Todos tenemos algo que decir, pero la vida de algunos tiene ribetes cinematográficos más importantes que otros. Rubén Plataneo lo entiende y encuentra en su carismático protagonista la razón de ser de su película. Un joven de Conakry, Guinea, se juega la vida y su futuro en una sola mano: con los riesgos que supone el ser descubierto, se cuela en un barco con destino incierto en busca de un horizonte más próspero que el que propone su África natal. A su llegada a «la tierra de Maradona», no a la Europa que apuntaba, se adapta, forma un grupo de amigos y consigue changas, al tiempo que persigue su carrera como rapero.

El director rosarino sigue la vida de Black Doh en la Argentina, no con un documental clásico que rastrea testimonios, sino compartiendo su cotidianeidad y permitiéndole develar su historia. A la hora de la narración esquiva lugares comunes para contar su pasado, de hecho lo resume en breves segundos con el recurso de la lectura del legajo de Tribunales con el que pidió asilo político, y convierte al espectador en un conocido más a quien se le comparte una larga anécdota.

La película transita con ligereza buena parte del metraje hasta que, en lo que supondrá el mayor esfuerzo de la producción, se traslada hacia la lejana tierra de su personaje para entrar en contacto con su familia. A partir de entonces la misma se convierte en un vehículo de comunicación entre el músico, que si bien está presente en los diálogos de los otros desaparece de la pantalla hasta el final, y los que quedaron en África, desplazando el foco de atención y concentrándose en el sentir de los parientes respecto al hijo que se fue.

Con una historia tan rica como la del protagonista, Plataneo se concentra exclusivamente en ese aspecto en detrimento de otros puramente cinematográficos de su presente, como el amor que se va del país o el ser víctima de un disparo, que pudo haberlo matado, en un hecho confuso que no acaba de entenderse. Lo que ocurre es que, al haber pasado cerca de una hora y media con Black Doh, uno siente que ha compartido algo de su vida, y en ese sentido quiere saber más de ella.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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