Crítica de El Hoyo / The Platform

En un futuro distópico nos topamos con un Centro Vertical de Autogestión, un espacio con más de 200 niveles, que encierra a centenares de personas que deberán luchar por sobrevivir.

Las historias distópicas han estado presentes en el cine casi desde su inicio. Ya para la década del ’20, el extraordinario cineasta alemán Fritz Lang exponía este género en la gran pantalla con su emblemática Metropolis (1927), un film cuya trama nos permitía reflexionar sobre la deshumanización de la sociedad, la lucha de clases, los gobiernos autoritarios y el peligro de la tecnología en las manos equivocadas. Desde entonces, este tipo de historias se han popularizado en la industria audiovisual y, para demostrarlo, basta con dar una mirada a las producciones cinematográficas contemporáneas. Sólo la industria hollywoodense, en los últimos años, ha producido un gran número de películas distópicas como Blade Runner (1982), de Ridley Scott; Children Of Men (2006), de Alfonso Cuarón, The Hunger Games (2012), de Gary Ross; Mad Max: Fury Road (2015), de George Miller, entre otros muchos títulos que tratan de reflejar nuestra sociedad futura a través de historias ficcionales pesimistas.

En esta oportunidad, hemos querido saltar el charco y hablar de una producción española que Netflix ha decidido –oportunamente- incluir en su menú: El Hoyo (2020), la ópera prima del director vasco Galder Gaztelu-Urrutia, un film protagonizado por Iván Massagué que logró llevarse el premio a mejor película, mejores efectos especiales, el premio del público y el Citizen Kane –premio que otorga el Jurado de la Crítica al director revelación- en la pasada edición del Festival de Sitges.

Esta película, que además tuvo una gran recepción en el festival de Toronto, escrita por David Desola y Pedro Rivera, busca retratar desde una mirada ficticia y subjetiva el complicado tema de la lucha de clases y, en ultima instancia, la naturaleza humana, a través de una analogía simple en donde los que están arriba y disponen de todos los recursos -llamados los administradores- son los malos, y los que están abajo y no poseen nada -sino lo que les sobra a los de arriba- son las víctimas de un sistema opresor. Para lograr esta idea, El Hoyo nos coloca en un Centro Vertical de Autogestión, una especie de cárcel -que a su vez funciona como experimento social- con cientos de niveles, uno debajo de otro, en donde cada celda tiene dos habitantes -quienes son subidos o bajados aleatoriamente, según las ordenes de la administración-. Estas celdas, además, tienen un hoyo en el centro por donde se desliza una plataforma que sirve para transportar los alimentos que deben consumir cada uno de los sujetos que se encuentran encerrados allí.

Es así como la plataforma transportadora de alimentos se convierte en el dispositivo central en el que se desarrolla la historia, puesto que esta representa una forma de control y opresión hacia los sujetos que se encuentran encerrados, ya que la comida, al no ser repartida de manera equitativa, se convierte en una especie de tortura que justifica toda clase de perversiones por parte de los presidiarios, quienes luchan por sobrevivir. Toda la comida es colocada en la plataforma y, mientras esta desciende, las provisiones se van reduciendo, por lo cual, mientras más abajo se encuentran los presos, menos se les garantiza su derecho a comer. Por otro lado, estar arriba no significa estar siempre «bien», porque en cualquier momento puedes ser transferido a los niveles inferiores, experimentando los privilegios o los sufrimientos de cada nivel. Por ello, una de las frases claves del film es expresada por una voz en off que nos avisa que en El Hoyo «hay tres tipos de personas, las de arriba, las de abajo y las que caen».

Lo positivo y lo negativo

Aunque la historia se desarrolla básicamente en un solo espacio, su director lograr crear una atmósfera de suspenso que permite que el espectador se mantenga inmerso en cada una de las acciones que se presentan en el film. Asimismo, la notable actuación de Iván Massagué nos permite apreciar los diversos estados de ánimo, los ideales y los valores que puede tener el ser humano según las diferentes circunstancias que le toque vivir, abriendo un debate en cuanto a temas como la solidaridad o la supervivencia. Igualmente, resaltan los personajes de Trimagasi (interpretado por el veterano actor Zorio Egileor), un hombre egoísta que sólo piensa en hacer lo necesario para sobrevivir hasta poder salir de ese atroz lugar, y Amoguiri (Antonia San Juan), una mujer que entra al hoyo creyendo en el sistema y que –poco a poco- verá que ha vivido engañada. Por otro lado, una cuidada fotografía y efectos especiales de alta calidad le dan credibilidad a la historia.

Si bien la premisa se sostiene a lo largo de todo el film, lamentablemente, en los últimos minutos la historia parece perderse en su propio argumento, dándole más preponderancia a la violencia per se que al propio desarrollo de la historia, la que nos deja un final abierto, que deberá ser interpretado por cada perceptor. Pero más allá de este aspecto negativo, si tienes un estomago fuerte y deseas ver una película que te permita reflexionar sobre los males de nuestra sociedad y la «naturaleza del ser humano» desde una postura distópica, El Hoyo es un film que «obvio» no puedes pasar por alto.

8 puntos

 

 

 

 

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