Crítica de El Último Exorcismo – Parte II

Mientras Nell Sweetzer intenta reconstruir su vida luego de los eventos presenciados durante la primera película, la fuerza maligna que una vez la poseyó regresa con un plan aun más terrible.

Más allá del cuestionable tecnicismo que presenta el título de la secuela en cuestión, poco y nada se esperaba de The Last Exorcism: Part II, una extensión de una historia que tuvo su pequeño destello de furor en 2010 y ahí quedó todo. Aún vendiéndose bajo la engañosa producción de Eli Roth -inmerecida, porque la cuota de hemoglobina presente es escasa-, el film vuela bajo.

Siempre es bien recibida una buena alegoría como trasfondo para una película de horror, y aquí el tema es el despertar sexual de la sufrida Nell. Sin familia, sin hogar y sin memoria, el frágil personaje que compone Ashley Bell deja de ser una nena y su cuerpo -y el demonio que la persigue- le exige cada vez más. La dulzura con la cual le declara a su enamorado que alguna vez estuvo embarazada de un hijo y luego se lo quitaron, contrasta con las visitas nocturnas fantasmagóricas que la pobre sufre desde su último encuentro con la entidad llamada Abalam. Y eso no es todo: el plan que el Mal se trae entre pezuñas promete traer el caos a la Tierra a menos que un grupo de extraños e invisibles creyentes del vudú salven su alma antes de que el ente maligno logre su cometido.

Pero en medio de la adaptación a un vestigio de vida de la protagonista, el director y coguionista Ed Gass-Donnelly y su compañero Damien Chazelle se olvidaron que estaban haciendo una película de horror, y por el medio injertaron subidas de volumen, extrañas voces y sombras en las paredes. ¿En dónde quedaron las contorsiones imposibles, el lenguaje soez o la sangre de la original? Por sobre todas las cosas, ¿dónde está el exorcismo del título? Cierto, hagamos una pequeña referencia al comienzo y logremos que reaparezca cuando faltan diez minutos antes del final, improvisemos un exorcismo pagano y de ahí nos despachamos con el desenlace, con eso se resuelve. No importa que el presupuesto haya crecido exponencialmente, de todas maneras el alma de una ciudad mística como Nueva Orleans se siente trasladada sin gracia a un producto directo a video. Claro, no hay pantanos, pero sí un carnaval estilo Mardi Gras a plena luz del día para compensar.

Si no fuese por la eterna flama en la sonrisa de Bell -quien se merece una promoción de calidad fílmica urgente- The Last Exorcism: Part II quedaría hundida en el olvido como esa pequeña segunda parte que intentó ser diferente y casi que lo logra. Efectos de segunda, una trama plana y secundarios torpes terminan de darle el traspié final a un nuevo exorcismo que nunca debió existir.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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