Crítica de Escape Room

Todos se mueren por jugar. Escape Room es un thriller psicológico acerca de seis extraños que se encuentran en circunstancias más allá de su control y deben usar su ingenio para descubrir las pistas o morir.

Escape Room

Escape Room parte de una buena premisa. No es una original, porque se la siente como un rompecabezas armado a partir de muchas piezas ya conocidas, principalmente tomadas de Saw o Hostel. Pero sí había terreno fértil como para encarar un proyecto sólido, aprovechando el boom que tienen las salas de escape. Y más allá de que tiene algunos elementos inspirados a destacar, que permiten que se la pueda ver sin padecerla, lo cierto es que es bien diferente el poder jugar en una de estas salas que el ver cómo se juega.

Seis desconocidos llegan a un enigmático edificio al que fueron convocados para participar de una experiencia inmersiva en una compleja sala de escape, que recompensará muy bien a quienes logren salir de ella, aunque pronto se darán cuenta de que sobrevivir será el verdadero premio. Cada uno de los personajes tiene un rol típico, pero hay un buen trabajo previo al ingreso al juego como para conocer con algo más de profundidad a los protagonistas. No solo vemos a los principales jugadores, sino que además nos ofrece un pantallazo a la situación mental en la que se encuentran a la hora de entrar a jugar, elementos que ayudarán a entender las decisiones que tomen conforme avance la acción. A diferencia de tantas compañeras de género, esta no necesita hacer que los personajes tengan reacciones estúpidas o carentes de sentido común a la hora de encarar el juego mortal, lo cual se agradece. Si bien hará falta mucho diálogo expositivo y una justificación algo tirada de los pelos, las motivaciones quedarán claras.

Escape Room

Como en las franquicias Final Destination o El Juego del Miedo, Escape Room se pone en el lugar de mostrar qué escenario letal vendrá a continuación. Cada pista sirve para resolver el acertijo, descifrar el código y pasar a la siguiente habitación, donde habrá nuevas trampas. En ese sentido termina por sufrir de un ritmo más denso del que se hubiera esperado, con tiempos muertos para obtener la llave que los sacará de cada sala. Como digo, jugar no es lo mismo que ver cómo juega otro. A eso hay que sumar una introducción destinada a generar suspenso e involucrar al espectador en el tipo de propuesta que se verá, pero lo que en verdad hace es revelar muy rápido sus cartas y reducir considerablemente el factor sorpresa.

Hay un destacable diseño de producción, que hace de cada habitación un infierno particular. El director Adam Robitel (Insidious: The Last Key) saca buen provecho del bajo presupuesto y su película luce realmente bien, los escenarios son creativos y los personajes tienen algo de dimensión como para que uno se mantenga interesado. Pero el guion de Bragi F. Schut (Season of the Witch) y Maria Melnik (Counterpart) no puede evitar caer en lugares comunes, ni tratar de aplicar a presión las herramientas que darán pie a secuelas que no tardarán en anunciarse –el éxito de taquilla lo hace obvio-. Uno espera que, con ellas, se pueda sacar mayor provecho del concepto.

5 puntos

 

 

 

 

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