Crítica de Get Out / Huye

Chris es un joven afroamericano que visita la finca de la familia de su novia blanca, Rose. Una vez allí, ella le invita a realizar una escapada de fin de semana al norte. Al principio, él se sorprende del carácter servicial de sus suegros, pero a medida que avanza el fin de semana, una serie de inquietantes descubrimientos le llevan a conocer una realidad que nunca habría imaginado.

Jordan Peele es un actor que ha desarrollado su carrera dentro de la comedia, en su mayoría en shows de sketches norteamericanos, aunque parece no haberle temblado el pulso a la hora de escribir un guión y ponerse a cargo de la dirección, su debut en este rol, de Get Out. Lo llamativo es que tampoco dudó en alejarse del género humorístico para dar un giro de 180 grados hacia el terror y el suspenso. Lo cierto es que el film pergeñado completamente por su mente, ya estrenado en Estados Unidos, se ha puesto en boca del público y la crítica -lleva recaudados más de 200 millones de dólares habiendo invertido solo 4 para su realización-, ya sea por su temática o por su originalidad.

Que un joven de raza negra, Chris, deba pasar un fin de semana en la casa de los padres de su novia blanca propone el punto de partida de un tópico que todavía impregna con contundencia la idiosincrasia yanqui: el racismo. Porque aunque esta familia no lo sea, Chris se ve alimentado en su paranoia con estos prejuicios que a lo largo del relato irán fundamentándose. Peele deja en claro que el racismo opera de muchas formas, no solo en la discriminación agresiva. Él expone un hábil manejo de la información tanto en diálogos como en los detalles, de manera que progresivamente avance hacia la resolución cualquier cabo suelto irá cerrando perfectamente, a excepción de ciertas situaciones que podrían haberse obviado o que carecen de justificación.

Sin duda alguna lo más plausible de la obra es la mixtura de una atmósfera que combina el suspenso y lo bizarro. Si hay algo que extrañamente tiene mucha presencia en la narrativa es el lugar para el humor negro y la ironía. La película se convierte en una sátira sobre el racismo, llevándolo al extremo a partir de la intriga y el terror. Evita esos lugares comunes del horror, ya sea el misterio, los golpes de efecto, el gore; pero sin dejar de crear, a pesar de todo, una psicosis generada por el personaje. Cabe destacar la curiosa selección de piezas de la banda sonora que desde el principio desligan al film del género, desde canciones de aires tribales hasta melodías más propias del cine fantástico y policial.

Hacia el final, la trama no puede evitar llegar a una resolución más común del terror puro y el gore en contraste con el trabajo desarrollado previamente en cuanto a la original construcción de espacio paranoico e irónico. Igualmente, en los últimos momentos, vuelve retomar esta idea para finalizar de la misma forma que comenzó.

A pesar de querer hacer un film de suspenso, es imposible para Peele separarse del humor. No obstante logra combinarlo a la perfección para incluirlo de la forma más orgánica posible, logrando así darle una dimensión más profunda al género enmarcado y reforzado por la temática del racismo. El director da a luz una exposición de lo insano y cruel de la discriminación, extremando -quizás no tanto- lo que esta puede llegar a hacer en los seres humanos. El humor obliga a tomar distancia de lo terrorífico. La risa viene acompañada de la conciencia de un problema que aún se encuentra lejos de verse resuelto en la cultura norteamericana.

 

 

 

 

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Matías Carballa

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