Crítica de Jason Bourne

En medio de un período convulso, azotado por la crisis económica, el colapso financiero, la guerra cibernética y en el que varias organizaciones secretas luchan por el poder, Jason Bourne vuelve a surgir, de forma inesperada, en un momento en que el mundo se enfrenta a una inestabilidad sin precedentes.

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Jason Bourne está de vuelta y cada vez con un poquito más de memoria. Paul Greengrass y Matt Damon se unen de nuevo para llevar adelante la quinta parte de la saga basada en la novela de Robert Ludlum. Desde que el director de Captain Phillips (2013) se puso a la cabeza en la segunda entrega (The Bourne Supremacy, 2004), las películas del personaje consiguieron un estilo determinado, sin desmerecer para nada la que lo inició todo en 2002, dirigida por Doug Liman. A pesar de la calma que trajo de nuevo la dupla director-protagonista, tras la fallida The Bourne Legacy (2012), Jason Bourne es el primer escalón que desciende del techo que tocaron ambos con The Bourne Ultimatum (2007).

El amnésico Bourne -o ahora David Webb- pelea en las calles como si fuera un pandillero, mientras que dentro de las oficinas de la CIA se disputa una guerra cibernética bien al estilo Mr. Robot. Nicky Parsons (Julia Stiles) y el protagonista se ven perseguidos por «el programa», al igual que los viejos tiempos. Quieren sus cabezas aunque saben que les va a costar un poco conseguirlas.

Si The Bourne Ultimatum fue una película «de venganza» y The Bourne Identity una «de escape», esta quinta parte conforma la combinación perfecta entre estos dos estilos de acción seria que planteó el escritor y director Tony Gilroy en todas las anteriores. En este caso, Damon, Greengrass y Christopher Rouse fueron quienes se encargaron del guión y estructuraron, de forma desprolija, un film mitad persecución con Bourne confundido, mitad sed de venganza con Bourne con las cosas más claras.

Este repite la fórmula de sus antecesoras: hay chica acompañante, subidones tremendos por escaleras, escenas situadas en diferentes lugares en el mundo, personajes que son buenos infiltrados dentro de un grupo de malos, persecuciones y asesinos solitarios. Jason Bourne resulta una copia exacta del éxito, un aspecto que puede contentar, tanto como cansar. Las escenas de super-acción, dos en este caso, una en Atenas y otra en Las Vegas, son el principal elemento sostenedor. En The Bourne Ultimatum estas funcionaban para que el protagonista cumpliera con sus objetivos principales, en cambio en Jason Bourne están colocadas en situaciones que no lo ameritan, resolviéndose las que sí de forma débil y repetitiva. Otro de los aciertos fueron los chicos nuevos de la saga: Tommy Lee Jones, Alicia Vikander, Vincent Cassel y Riz Ahmed acompañaron a Matt Damon con personajes bien construidos e interpretados.

La cámara nerviosa del inglés Greengrass es una de las dos claves del tan bien logrado frenesí constante que propone. La otra es el montaje maestro, sumamente acelerado, que se asemeja al estilo de su compatriota Danny Boyle. El director demostró nuevamente, con su manejo de las persecuciones, música, peleas cuerpo a cuerpo y escenas de multitudes dentro de las ciudades, que es uno de los que mejor se lleva con el cine de acción en la actualidad. Es difícil recordar una secuencia tan bien dirigida como la dada en medio de una manifestación violenta en las calles de Atenas.Los talentosos hacedores de Jason Bourne, si uno se pone quisquilloso, podrían haberle dado al espectador algo más, una nueva vuelta de tuerca o una excusa que sirva realmente un sostén. La película se posiciona como una más de la saga, aunque no desentona y la intromisión de un gran reparto y el nivel de las secuencias de acción maestras hacen que la saga Bourne vuelva a valer la pena. Que suene Extreme Ways

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