Crítica de Knives Out / Entre Navajas y Secretos

Cuando el renombrado novelista de misterio Harlan Thrombey es encontrado muerto en su mansión, el inquisitivo y cortés detective Benoit Blanc es misteriosamente reclutado para investigar el asunto.

La herencia de la tía Agatha.

Hollywood necesita desesperadamente de mentes creativas como la de Rian Johnson (Looper, Star Wars: The Last Jedi). Lo decía allá por el 2012 y todavía lo sostengo siete años después. Ahogados en remakes, reboots, versiones live-action y demás vueltas en círculo sobre propiedad intelectual ya probada, hay que celebrar a los autores como él. Knives Out es la última labor de un realizador que trabaja sobre ideas propias y que sabe bien de géneros, aquí con un misterio de asesinato que pareciera traer a la vida los eventos de un juego de mesa, al mejor estilo Clue.

Y así como su debut cinematográfico Brick (2005) estaba influenciado por las novelas negras de Dashiell Hammett (El Halcón Maltés), su nueva película bebe de la obra de la inigualable Agatha Christie, la reina del policial y de este tipo de historias, en las que todos los personajes son sospechosos porque todos tienen motivos. Lo que se llama un whodunit, un rompecabezas en el que hay plena visión de las piezas pero es cuestión del detective ver cómo se las une para poder hacerse la imagen completa de lo sucedido. El cómo llenar el hueco de la rosquilla.

Y para ello, nadie mejor que Benoit Blanc, el Hércules Poirot de esta historia. Un Daniel Craig (Skyfall) con un juguetón acento sureño, que mastica y disfruta cada palabra que sale de su boca, es el hombre designado para echar luz sobre todas estas sombras. Entre Navajas y Secretos no pierde el tiempo, entiende que en una propuesta del estilo hace falta un ritmo constante para mantener al espectador permanentemente atrapado y sin dejar que la mente divague en busca de respuestas propias.

Harlan Thrombey está muerto al inicio de la película, que se ambienta algunas semanas después de ocurrido el hecho. No hay espacio para lamentos ni sorpresas. Todos sus familiares tienen motivos para haber querido matar al patriarca, con lo que es cuestión de los policías y del renombrado detective el dialogar con todos ellos para poder encontrar la solución. Como un buen whodunit debe ser, tiene muchos personajes particulares y un impecable conjunto de actores de alto perfil para interpretar a cada uno de ellos -menciones especiales para Toni Collette que hace otro despliegue de su rango, a Chris Evans que se divierte siendo con honestidad la oveja negra y a Michael Shannon, el especialista en la calma intensidad-. No hay roles menores. Llegado el momento, cada uno hará su aporte.

La ejecución de Johnson es impecable. Tan ingenioso y cómico como atrapante, el relato se desenvuelve con pulso estable y dosificando la información, dándole al público aquello que por el momento se considera necesario y desviando el foco de atención cuando hace falta. Para un resultado óptimo, decide dejar la pelota en poder de solo algunos jugadores y que todos los demás sean opciones de pase. Así puede lograr que la historia fluya y las dudas crezcan, con un misterio que se presenta, se profundiza y se resuelve en el marco de dos horas bien dinámicas.

Y por si no fuera suficiente el hacer un misterio moderno al estilo de los clásicos de la inoxidable Agatha, Johnson encuentra en su armado la forma de filtrar otro tipo de conversación, una referida a la inmigración. No se puede decir que permee el mensaje con sutileza o lo deje abierto a la interpretación del espectador, es un diálogo que quiere entablar y que todos sean parte de él, que no se quede nadie afuera. En un extremo hay un joven troll de derecha –«un nazi», como lo describe un tío-, en el otro la joven inmigrante de cualquiera sea el país del que provenga (Ana de Armas, en otro gran papel). En el medio, todo un grupo familiar de variadas valoraciones morales que, llegado el punto, se alineará en contra del otro. La mansión es Estados Unidos, el extranjero es todos los inmigrantes, legales o no, a los que se les abre la puerta del hogar y quieren quedarse con todo.

Johnson suma una capa a una película que no necesariamente la requería y, sin embargo, la enriquece. Porque fortalece a sus personajes, humanizándolos. A algunos los enaltece, a otros los desnuda y muestra el pensamiento más íntimo. Y todo ello sin perder de vista por un segundo el objetivo primordial, el contar un enrevesado misterio de asesinato -uno que le habla a su época de Donald Trump presidente-, con algunas vueltas de tuerca inteligentes, una decena de posibles autores y un detective de prestigio mundial que siempre está un paso adelante.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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