Crítica de La Reina del Miedo

A solo días del esperado estreno de su unipersonal, la famosa actriz Robertina no logra concentrarse y vive en un estado de ansiedad constante. La expectativa es mucha y la presión también, pero Robertina vive con angustia su vida absurda, llena de fobias, paranoias e intrigas domésticas que parecieran protegerla de algún peligro más oscuro.

¿Qué se esconde tras la aparente frivolidad del mundo del espectáculo? ¿Qué vida hay detrás de la pantalla de actriz? En La reina del miedo, Valeria Bertuccelli hace su debut como directora y responde estos interrogantes a través de su mayor obstáculo: el miedo; el miedo que aquella persona que sube a un escenario o se ubica delante de una cámara debe abandonar, dejando el verdadero drama para cuando las luces se apagan y ya nadie está mirando.

La primera secuencia del film es engañosa, enfila la atención del espectador para un género que posteriormente no será tal. Sin embargo, la misma -con tino dirigida de forma tal que pareciéramos estar frente a Panic Room de David Fincher, salvado las obvias distancias- funciona como una especie de aviso bien evidenciado del mayor problema de la actriz Robertina, el miedo que la volverá insegura de sí misma.

El cambio radical que afronta el film a partir de allí, es el que tomará durante todo su desarrollo: el drama de Robertina (Bertuccelli), que vaga de aquí para allá, atendiendo sus responsabilidades domésticas, preparando el estreno de su obra teatral, lidiando con las secuelas emocionales de su reciente divorcio y, por sobre todo, enfrentando el hecho de que su mejor amigo, Lisandro (Diego Velázquez), esté siendo consumido por el cáncer.

No es hasta que es debidamente entregada la información de dicha enfermedad al espectador, que la obra finalmente encauza su rumbo con fuerza y decisión. Hasta ese momento, Robertina parece más una mujer caprichosa, irresponsable y exagerada, y lo seguirá siendo, solo que con un fundamento detrás y un entendimiento de su sufrimiento. Bertuccelli se toma su tiempo y es paciente, llega a un clímax conmovedor con soltura y fluidez, conociendo cada aspecto del personaje y dotándolo de verosimilitud, alejando a la actriz de su esfera superficial e impersonal. Robertina muestra su fragilidad e intimidad a través de la buena labor que realiza la directora.

Con La reina del miedo, de alguna forma Valeria Bertuccelli parece querer justificar la vida personal de una figura cinematográfica, teatral, televisiva y demás, pero sin embargo -a pesar de ciertos aspectos más pertinentes a otro tipo de análisis- logra sacar esa idea de la cabeza del espectador construyendo un drama de buena forma, bien dirigido y con un tenor que caracteriza al cine nacional contemporáneo.

 

 

 

 

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Matías Carballa

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