Crítica de Love and Monsters / Amor y Monstruos

Un joven adolescente aprende a sobrevivir en un mundo postapocalíptico repleto de monstruos con la ayuda de un experto cazador.

¡Un asteroide se dirige a la Tierra! Pero tranquilos, todas las naciones del mundo se unen para lanzar sus misiles y así destruirlo. ¡Hurra, lo lograron! Bueno, casi, ya que los restos químicos de los cohetes caen a la superficie, haciendo que la mayoría de los animales e insectos del planeta mutaran en monstruos comedores de carne.

A partir de esta intro explicativa, que cuenta con unos dibujitos muy simpaticones, Joel (Dylan O’Brien) nos presenta el punto de partida de lo que va a ser, posiblemente, el viaje más importante de su vida.

Dirigida por Michael Mathews (Five Fingers for Marseilles) y escrita por Brian Duffield (The Babysitter) y Mathew Robinson (The Invention of Lying), la película apela, desde el principio, un recurso tan interesante como conocido: la voz en off. En visionados en donde esto funciona muy bien (The Descendants, de Payne) u horriblemente mal (La Casa de Papel), este recurso juega a favor por un simple hecho; tiene una razón de ser.

Joel usa un anotador en el que deja constancia de todas las criaturas y sucesos que lo rodean. De esa forma, él habla tanto con nosotros como consigo mismo. Es así que conocemos sus miedos, sus debilidades y cómo su propia persona es parte de un mundo que no le corresponde.

Frente a un grupo que fraterniza amorosamente entre sus partes, Joel se encuentra alienado en el recuerdo de la única figura amorosa que tuvo, Aimee (Jessica Henwick), hace ya siete años. Con la intención de encontrarla, y reconectar con ella, Joel deja su puesto de «che pibe» en un bunker, donde no es más un oso de peluche, para emprender un viaje lleno de peligros y en el que, muy posiblemente, muera descuartizado. Y es acá donde empieza la proeza del film.

El por qué la película fluye tan fácilmente es no solo por el correcto uso de sus recursos narrativos, sino porque tiene un género claro. Al identificarse como una road movie, el film logra explayar el conflicto interno que subyace al externo. Joel no solo va en busca de Aimee, va a encontrarse con ese «otro yo» que no conoce, pero necesita. Un Joel que se fue gestando hace años, escondido entre los miedos y la sobreprotección, y que ahora exige ver la luz del sol.

Gracias a la compañía de su nuevo amigo Boy y a la ayuda de los coloridos y esperanzadores Clyde (Michael Rooker) y Minnow (Ariana Greenblatt), nuestro protagonista recibe la ayuda necesaria para atravesar los peligros que lo rodean, como también los aprendizajes necesarios para que no se paralice frente a lo desconocido. Porque el film también nos habla de no solo dejar de huir, sino de entrelazarse con lo poco que queda. En donde muchas producciones se apoyan en la espectacularidad del camino del héroe, esta se centra en lo pequeño, en cómo el protagonista se forja por la mera necesidad de sobrellevar no a los monstruos, sino a sus propias barreras impuestas.

En lo visual, Love and Monsters hace un despliegue exquisito. Pasando por animatrónicos y un CGI de gran nivel, el diseño y ejecución de los monstruos tiene un detalle que deja ver el amor que recibieron por parte de sus diseñadores. Este es un ejemplo de cómo el uso del CGI, en momentos clave, funciona como enriquecimiento del mundo presentado y no como la excusa de un plot de poco trasfondo y coherencia -te hablo a tí, Wingard-.

Mundo postapocalíptico, insectos gigantes, un perro que se gana nuestros corazones, secundarios que queremos sean nuestros amigos; ya vimos todo esto, pero qué sano es verlo bien ejecutado. Love and Monsters nos habla sobre buscar el destino, encontrarlo y aceptarlo, pero sobre todo es sobre poder girar la cabeza y comprender todo lo que ganamos en el camino, a pesar de lo que perdimos.

 

 

 

 

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Lucas Soto

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