Crítica de Marriage Story / Historia de un Matrimonio

Un director de teatro y su mujer actriz luchan por superar un divorcio que les lleva al extremo, tanto en lo personal como en lo creativo.

Marriage Story, Noah Baumbach, Scarlett Johansson, Adam Driver

Las heridas son un bálsamo.

Woody Allen no ha arado en el mar. Bajo el viento de la ironía voraz, su filmografía, que navega desde el escritor fracasado a los matrimonios tambaleantes y los cuernos de cajón, dejó hijos sólidos regados por el mundo. La serie Master of None de Aziz Ansari, o la mismísima Birdman de Alejandro G. Iñárritu, desgranan el legado del cineasta neoyorquino. Noah Baumbach hizo el curso express, y lo aprobó suma cum laude. Marriage Story (Historia de un Matrimonio) es una película que habla de las heridas: cómo hacerlas, por qué, a quién; y también cómo coserlas al descampado para cerrarlas. El tiempo juega como lo haría con un barco en alta mar, haciendo niebla cuando necesitas ver, oleadas gigantes cuando anhelas estabilidad, y azul infinito cuando se añora la tierra.

A Charlie Barber (Adam Driver), desde su altura, un genio de la dramaturgia emergente de Nueva York, al que la cámara mira casi siempre en contrapicado, la tormenta le llega desde el silencio, cuando su esposa Nicole (Scarlett Johansson) decide guardarse un cúmulo de alabanzas, y lo hace porque su decisión está tomada. La interpretación conmovedora y asfixiante de estos dos actores, cuyo músculo histriónico nos dobla la médula, recuerda las pequeñas tragedias que Allen tantas veces ha desarrollado, pero en un sentido menos humorístico. Hay secuencias en donde pareciera rondar la muerte, hablarnos, y hablar por ellos; pero los ojos, esos humores sensoriales que detectamos, existen, y no sabemos explicar cómo son, iluminan con amor y dolor, ambos en la misma proporción, la habitación que nos encierra.

Marriage Story, Noah Baumbach, Scarlett Johansson, Adam Driver

Ningún proceso de separación es fácil. La dirección de Baumbach establece, desde el plano, la escala de la distancia, cual baile: ambos protagonistas en una distancia prudencial, donde la prudencia se coloca para no quedar expuestos y la trinchera que es el portón, el hijo, la mesa; pero los ojos están allí. Los abogados, incendiarios, regando combustible a granel, y los ojos que se miran y nos miran pidiendo tregua o, tal vez, olvido. Olvidarnos de lo que hemos hecho, del orgullo, de las ausencias, las imposiciones y las traiciones. Olvidarnos de lo que quisimos ser al renunciarnos para ser de otro con el otro. Y la danza. El dolor y el amor. Allí Baumbach se separa un poco de Allen, muy maduro como para zambullirse en la candela de la razón -la de cualquiera- y pasar la página para seguir viviendo de la ironía -que también es real-, y entrar en la influencia de Ingmar Bergman: otro dramaturgo, que en vida supo mantener a sus parejas condenadas al abuso psicológico de su grandeza. Charlie y Nicole, grandes en su particularidad, evitan el conflicto de sus genios: lo profesional se valora más que a su propia casa. El trabajo: lo intocable. Que arda todo lo demás. Pero lo que sienten, la verdad más pura y sutil, sigue en las miradas. ¿Será casual el aire de Johansson a mi muy admirada Bibi Andersson? ¿Ese corte de cabello que la sueca lució en Persona?

Más de la ironía: Allen la usa para lubricar los hilos de sus marionetas. Allí radica su fortaleza, en el desapego como opción obvia. La ironía de Marriage Story está en nosotros. En cómo hemos sido capaces de ver tanto agobio, donde el aire se nos escapa gracias a un guion magistral, tejido desde la piel del espectador, cuyas puntadas aprietan las venas infladas, y los moretones actúan como espejos de eso que guardamos tantas veces, y que tanto Driver como Johansson ventilan sin pudor en nuestras caras. La cámara, lejana y cercana, maneja la angustia. La música rompe cuando la imagen y el diálogo quiebran. Pero también se divaga. Se nos permiten descansos alegres que, irónicamente, resultan incómodos. No pegan con el concierto. La felicidad pasajera y vivaz es un mosquito.

Al final aquel silencio se destapa sin querer, cuando el tiempo hace su trabajo inyectándole metástasis a la rabia, reafirmando lo que los ojos gritaban desde el principio. En el dejarnos o callarnos, ¿quién evoluciona y se completa? ¿Quién involuciona y se vacía? Y si no tenemos respuesta para esto, ¿cómo es posible que Marriage Story nos parezca una película bellísima?

9 puntos

 

 

 

 

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