Crítica de Muerte en el Nilo: vuelve el bigote belga más bello

El nominado al Oscar, Kenneth Branagh, dirige esta secuela de Murder on the Orient Express.

¿De qué va? Disfrutando de sus verdaderas vacaciones en Egipto, Hercule Poirot se encuentra, nuevamente, en el medio de un homicidio que despierta a la sospecha de todos los participantes que viajan a través del tranquilo Nilo.

Desde el primer film, allá por 2017, Kenneth Branagh (Henry V, Hamlet) nos presentaba un Whodunnit que no se corría de lo tradicional. Elenco de primera (con actores como Johnny Depp, Judi Dench, Willem Dafoe, Michelle Pfeiffer y más), un asesinato impecable y un detective tan perspicaz como resolutivo. A pesar de que varios de los actores terminaban desaprovechando su verdadero potencial por quedar relegados a ser “un sospechoso más”, y a que la resolución del caso, por más espectacular y sorpresiva que sea, no generaba un verdadero cambio en el espectador, ya que tanto el asesinado como los perpetradores del hecho no lograban hacernos empatizar ni un poco, si fue la figura del enorme Hercule Poirot la que sostuvo a flote esta remake y/o nueva reinterpretación de la obra de Agatha Christie.

Con una simpatía que abraza a cada uno de sus conocidos, pero con una profesionalidad que emana una seriedad galopante, Poirot es el verdadero protagonista del film, iniciando como un detective que cree en que está el “bien” y el “mal”, y que termina dudando de qué hay en el medio de estas dos fuerzas que traen equilibrio a un mundo roto. Es, con los vestigios que se vieron en el primer film, que Branagh arranca esta secuela, logrando tomar las falencias de su predecesora para presentarnos a un Hercule aún más complejo y, por ende, más rico y entrañable.

En esta oportunidad, nuestro héroe detectivesco, que arrastra desde hace años una herida de guerra que no solo lo marcó superficialmente sino también en su más privado interior, se encuentra vacacionando en el árido Egipto. Topándose con su errante amigo Bouc (Tom Bateman) y contemplando lujosas fiestas que traen consigo personajes cargados de pasión y éxtasis, Hercule se reencuentra con ese símbolo del amor que descansaba, tímido y soñador, en lo más profundo de su ser. De esta forma, Poirot es testigo de cómo este sentimiento tan traicionero como avallasante es el justificativo para llevar a cabo un plan malicioso, que esconde las intenciones más escabrosas y desesperadas.

Apoyándose en el símbolo del amor como venganza, salvamento y justificación moral, Branagh nos sumerge tanto en la introspección de nuestro protagonista como en las historias de dolor y desesperación de los sospechosos que navegan por un Nilo calmo pero turbulento.
Con un casting que no solo hace brillar a la cara de póker de Gal Gadot, sino que explota a fondo a estrellas como Annette Bening, Sophie Okonedo y Letitia Wright, esta entrega corrige el curso errático de la primera, colocando a cada personaje en lugares estratégicos no solo para que la trama funcione, sino para que estos tengan más de un justificativo para estar allí y así desplegar su poderío actoral.

Aún así, el verdadero poderío de la película descansa, una vez más, en la transformación de Poirot ante semejante caso. Es importante remarcar que personajes como él o Sherlock Holmes son nacidos a partir de una idea de que a lo largo de su vida deberán descubrir un sinfín de misterios, por lo que la transformación tanto interna como externa será mínima, ya que necesitamos que estos actuantes no cambien drásticamente para que así puedan seguir con su labor en sus diversas aventuras. Una vez aclarado esto, es reconfortante ver como nuestro protagonista logra, por más mínimo que sea, un cambio tanto moral como sentimental, en dónde debe dejar de lado su pensamiento estructurado y deductivo para zambullirse en esta resignificación de la pasión, despertando así fantasmas del pasado que lo convirtieron en el detective que es hoy, pero que aún tienen más cosas por decirle.

Muerte en el Nilo es una carta de amor al amor y hacia cómo puede perpetrar tanto al más débil como al más fuerte. Con un arco narrativo que evoluciona pausada y sutilmente, esta poderosa secuela decide correrse del asombro al espectador para brindarnos una mirada más profunda a los motivos que llevaron a cada uno de los participantes a esa escena del crimen en la que, por más que solo un par son los culpables, todos están involucrados por este símbolo romántico que ronda por todo el barco y crece minuto a minuto.

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