Crítica de Naranjo en flor

Malena, una introvertida y atractiva psicoanalista, asesina accidentalmente a un hombre y decide ocultar el crimen. A partir de este hecho, intentará aproximarse a la viuda de la víctima e iniciará una relación con el detective que investiga el caso.

Tras 12 años de demora nos llega finalmente Naranjo en flor, primer largometraje dirigido por el español Antonio Gonzalez- Vigil -usualmente director de cortometrajes y productor-. El film, inspirado en la novela «Desgracias personales» de Carlos Pérez Merinero, nos cuenta la historia de Malena (María Marull), una joven psicoanalista de carácter retraído y aficionada al tango -particularmente a la milonga-. Una noche, mientras transita con su auto por la llamada «Zona roja», la protagonista atestigua el maltrato de un hombre hacia una prostituta y decide ayudarla. Desafortunadamente, la defensa desemboca en el asesinato del agresor. Con la colaboración de la trabajadora sexual opta por ocultar el cadáver y no informar a la policía de lo ocurrido. Luego de algunos días, Malena se entera de que su víctima era nada menos que un oficial que trabajaba de encubierto en un caso de narcotráfico. A partir de esto, toma la decisión de acercarse a Adriana (Dalia Elnecavé), la esposa del agente, con quien establecerá inmediatamente un vínculo estrecho. Sumado a esto, comenzará a relacionarse afectivamente con Carlos «el Sabina» Goyeneche (Eduardo Blanco), detective encargado de investigar el homicidio.

Estas premisas argumentales sugieren, a priori, la posibilidad de un thriller o drama policial enredado y con múltiples posibilidades en lo que a manejo y resolución de secretos y conflictos refiere. Lamentablemente, casi todas las determinaciones formales, técnicas y discursivas terminan imposibilitando la eficacia del film hasta en los aspectos más pequeños. El primero de estos procedimientos truncos es, sin duda, la utilización de la voz en off. Su empleo no solo es excesivo sino además inexplicable, ya que literalmente se encarga de reemplazar acciones que podrían ejecutar los personajes sin ningún inconveniente, o en el peor de los casos de describir situaciones al mismo tiempo que las vemos desarrollándose en la escena. De esta manera su implementación es tan superflua como redundante. Otro de los mecanismos fallidos es la construcción de una Buenos Aires entre tanguera y nostálgica. En principio, porque tanto el rol del tango como la visión romántica sobre los oficios de Malena y Carlos no solo no tienen ninguna relevancia en la trama -en tanto funcionan como meros ornamentos y evidencian la mirada poco contextualizada del autor-, sino que además generan una atmósfera sumamente anacrónica y poco realista -dentro de una diégesis que demanda realismo-. Esto puede advertirse también en la utilización desmedida de la música -tanto de los diferentes tangos como de las canciones de Joaquín Sabina-, y en la puesta en escena de momentos sumamente trillados, ya sea un paseo por el puerto, una charla en un bar mientras suena una orquesta típica, una caminata durante una noche lluviosa o en las propias lecturas del personaje de Blanco -entre las que se encuentran Sábato, Savater o Rosseau, o sea todos autores de estilo reflexivo, introspectivo y tremendista-.

La dimensión narrativa sufre, y a la vez retroalimenta, esta representación cargada de clichés. Las largas reflexiones filosóficas en voz alta de Carlos, los diálogos irónicos y atrevidos que mantienen con Malena, e inclusive el tono sin ningún tipo de filtro en el lenguaje que manejan los protagonistas para insultar o hablar de sexo pierden contundencia a medida que la trama avanza, o terminan percibiéndose como gestos entre relamidos y cursis que no provocan ninguna transformación en la historia o en las voluntades de los personajes. Al mismo tiempo, podemos sostener que los problemas de guion más notorios giran en torno a la mirada sobre lo femenino que sostiene el film. El hecho de considerar el ser mujer como una especie de juego, o de asociarlo a un modo único de vestirse o comportarse, exhibe una perspectiva escueta y ciertamente machista. No menos discutibles son las nociones de justicia que se sustentan. De más está decir que jamás le demandaría a ninguna película que ponga en pantalla a un conjunto de personajes pulcros o que repongan una moralidad edificante y bien intencionada todo el tiempo. Pero para que estas cualidades cuajen, la propuesta tiene que ir a fondo con su impacto. En el caso del film que nos ocupa, el no remordimiento de Malena y la sensación de alivio que experimenta luego del homicidio solo suscitan cambios superficiales en su personalidad, y además se ajustan a un relato que pretende mantenerse ordenado -y que no encuentra salvación ni siquiera en el giro final-.

Más allá de las buenas interpretaciones de Eduardo Blanco y Dalia Elnecavé, y de algún momento aisladamente gracioso, Naranjo en Flor resulta ser una obra inconexa y con una mayoría de planteamientos un tanto vetustos y problemáticos. Los preconceptos y la mirada del autor respecto a la vida porteña -tanto por su manera de romantizarla como de prejuzgarla-, la delimitación de las cualidades femeninas a un extenso conjunto de estereotipos burdos e inclusive las formas de deliberar acerca de los fundamentos de justicia, únicamente en torno a las venganzas personales, son los principales impulsores del estancamiento de la propuesta.

3 puntos

 

 

 

 

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