Crítica de Oxygen

Una mujer despierta en el interior de una cámara criogénica sin recordar cómo llego allí. Ahora deberá escapar de la cámara antes de que el aire se le agote.

Oxygen, Alexandre Aja

Desapercibida por estrenarse en el mismo mes que la última aventura del cosmopolita amigable vecino Hombre-Araña y la gloriosamente crepuscular fantasía de un Quentin Tarantino que volvía a cambiar la historia, ese mismo julio de hace dos lejanos años llegaba a la pantalla grande Crawl, un sangriento disparate de cocodrilos con un ejemplar manejo del ritmo y la tensión. Tal película volvía a encontrar la mejor faceta de Alexandre Aja, el cineasta que ha crecido dentro del terror y cuyas mejores obras no tienen nada que envidiarle a las de algunos actuales referentes del género. Y aunque exento de una carrera redonda -todos pueden permitirse sus tropiezos-, fue en medio de ese par de colosos que el director francés confirmó que seguía con la frente en alto y que su cine indudablemente había llegado para quedarse, y no quedó otra alternativa mas que esperar impacientes por su nuevo proyecto: Oxygen, protagonizada por Mélanie Laurent.

Apostando por un planteamiento estrictamente claustrofóbico que recuerda a la Buried de Ryan Reynolds o a cualquiera de las sólidas películas de los últimos años que han optado valientemente por contar con solo una locación –Locke, The Guilty, Searching… ustedes eligan su favorita-, Oxygen comienza con una estructura ya muy conocida: después de un turbio sueño de prolongación desconocida, Elizabeth Hansen (Laurent) despierta en condiciones muy particulares. Ella se encuentra atrapada en una cápsula criogénica donde su única compañía es una inteligencia artificial llamada M.I.L.O que, de entrada, no la deja salir de ahí. Sus problemas solo crecen cuando se da cuenta de que su confinado espacio está perdiendo sus niveles de oxígeno a un ritmo preocupantemente acelerado y que, de no encontrar una solución, morirá dentro de menos de dos horas.

Pero lo que podría ser un muy sencillo thriller lleno de situaciones asfixiantes -muy apropiado para la premisa-, de esos que están llenos de llamadas que se desconectan en el peor momento, de sacrificios extremos para mantener la supervivencia y de ir aceptando la inevitabilidad de la muerte es, además, un muy sólido relato de ciencia ficción. No se preocupen, el libreto escrito por Christie LeBlanc es bastante generoso a la hora de ofrecer variantes de las situaciones descritas y le sabe dar un giro bastante opresivo -y que invita a la paranoia- al guardarse varias sorpresas que son ejecutadas a la perfección por un muy inspirado Aja. La protagonista, además de estar en una auténtica prueba de vida o muerte, no recuerda nada de su vida previa a su abrupto despertar, permitiendo la lenta revelación de las verdaderas ideas de la película, una que invita a la reflexión a la par que entretiene con soltura.

Pero parte de que sus 101 minutos de duración sean tan potables se debe a que el que mejor lo está pasando es el propio Aja. Y es que, aunque lo que tenga para trabajar sea un espacio sumamente reducido comandado por la talentosa Laurent, no hay recurso que no aproveche para inyectar dinamismo a su película: la fotografía de Maxime Alexandre (Shazam!) está cargada de ideas para que lo visto en pantalla nunca se haga tedioso y la musicalización del genial Robin Coudart -el mismo que hizo esa maravilla de soundtrack para la Maniac de 2012- nunca falla en acompañar a la perfección a su desesperada protagonista. Su implementación de los flashbacks, aunque un camino trillado para salir brevemente del confinamiento, llegan con el gran acierto de venir en forma de un rompecabezas que se arma contrarreloj, uno cuya imagen general podrá dejar más o menos satisfechos pero que no se le puede culpar de construirse con fragilidad.

Por supuesto, el arma secreta de Oxygen para ser una pieza de ciencia ficción increíblemente atrapante es Mélanie Laurent, quien una vez más se confirma como una reina de la actuación que puede hacer mucho con solo unas pocas líneas de diálogo y que, pese a estar limitada a las barreras del planteamiento de la película, no necesita de grandes cambios de escenario para entregar un auténtico espectáculo interpretativo. Bien le acompaña la calmada voz de Mathieu Amalric como la inteligencia artificial, en tanto que el fugaz rol de Malik Zidi aporta lo necesario en pantalla. Otras producciones similares han demostrado que no cualquier histrión puede arrancar el viaje con una mezcla de desesperación, miedo, euforia y confusión, y mantener en todo momento el nivel, pero indudablemente la actriz francesa sabe cumplir con creces.

Netflix estrenó -de manera muy discreta- a la película el pasado miércoles 12 de mayo y, aunque la poca visibilidad que la plataforma injustamente le dio seguramente afectará su desempeño en tema de visitas, no hay duda de que es uno de sus estrenos más sólidos en lo que va del año. No se puede decir que Oxygen sea una novedosa reinvención del subgénero del protagonista atrapado, pero sí que se trata de un ejemplo de que este tipo historias seguirán funcionando siempre que se tenga al talento adecuado involucrado, en este caso brillando particularmente un Alexandre Aja que demuestra ser emocionante aún cuando no tiene a su disposición una historia que le permita desatar su ya conocido salvajismo.

7 puntos

 

 

 

 

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