Crítica de Pájaros de verano

Basada en una historia real que explica el origen del narcotráfico en Colombia, la película se sitúa en los años '70 cuando la juventud norteamericana abraza la cultura hippie y con ella a la marihuana.

El choque entre tradiciones del Viejo mundo y la corrupción del actual es el epicentro de la nueva película de Ciro Guerra y Cristina Gallego, que siguen con grandeza los pasos marcados por la superlativa El abrazo de la serpiente. Una maravillosa cruza entre retrato etnográfico de tribus indígenas colombianas y el género gángster, Pájaros de verano fascina desde su simbolismo onírico y puesta en escena, pero pierde fuelle cuando se acerca a una narrativa convencional para resultar más asequible al público corriente.

Úrsula (Carmiña Martínez) es la matriarca todopoderosa de un clan, una persona completamente influyente debido a su estatus de lectora de sueños, profecías y demás yerbas. Cuando se celebra el matrimonio de una de sus hijas y su yerno Rapayet (José Acosta), comienza una escalada rauda en el tráfico de drogas y, al beneficiarse de los frutos de dichos negocios turbios, las costumbres comienzan a dejarse de lado para peligrosamente introducir una inusitada cuota de violencia en la familia.

Establecida como una épica criminal dividida en capítulos -o cantos en esta ocasión-, Pájaros de verano resulta un resoplido de aire fresco en el subgénero, en donde se explora con una fuerza visual impactante un costado desconocido de la cultura colombiana, alejada de tanta sobreexposición con Pablo Escobar, la serie Narcos y un largo etcétera. La dirección de Guerra es un claro reflejo de la transición del pueblo wayuu, en el sentido que el film comienza como una hermosa radiografía antropológica de la tribu y sus ritos para irse tornando momento a momento en acción y persecución bien al estilo americano, hollywoodense y comercial. Es una fina línea que puede parecer que cae en los vicios del género, de lo cual no está exenta la historia, pero que resulta un movimiento audaz que paga sus dividendos en una película hipnótica y electrizante. Guerra sabe cómo transitar este giro y lo refleja, en una dirección compartida con su productora Gallego, en escenas que maravillan desde su puesta hasta la crueldad que representa el destino de una familia que fue alejándose de las tradiciones ancestrales.

El folclore y la mafia son los pilares en los que se basa Pájaros de verano para sobresalir, y lo hace con creces. De costumbrismo a brutalidad sin miramientos, es un film que a veces se vuelve difícil de digerir, pero que se encuentra entre los mejores estrenos latinoamericanos del año.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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