Crítica de Pig

Rob, un ermitaño que vive en lo profundo del bosque, emprende un viaje catártico y revelador hacia la gran ciudad en busca de su cerdo.

Las ondas de un lago tranquilo fluyen, sin ningún disturbio aparente. Unas manos envejecidas lavan un plato en las orillas. Los grillos cantan su melodía mientras un hombre tirado a menos alimenta a su cerda, que lo recibe con rebosante aprecio. Este pacífico y onírico prólogo da inicio al primer capítulo de un viaje destructivamente sanador, que navega por el pasado más doloroso y por la resignificación de un presente en pausa.

Sin información menospreciada seguimos los pasos de Rob, un barbudo Nicolas Cage de paso tranquilo pero firme. Gracias a su cerda, gran rastreadora, logra recolectar setas exóticas que descansan en lo profundo de la tierra húmeda. Tras su rutinario día, Rob expone sus manos a los más rústicos y delicados platos cocinados bajo los rayos del atardecer. De esta forma termina el día de estos dos compinches, que comparten un silencio unificador. El único contacto con el afuera es Amir (Alex Wolff), el empresario ególatra encargado de llevarse las setas recolectadas. La escena entre ambos es precisa: mientras el verborrágico Amir intenta demostrar su falso altruismo, el ermitaño le cierra la puerta en la cara, decidido a organizar la comida enlatada que recibe como pago. Incapaz de poder escuchar un cassette viejo en la radio, Rob es consolado por su mamífero amigo que, cual perro fiel, comprende el dolor germinado en el cuerpo del hombre. El afuera no es más que un invitado indeseable. Ignorado.

Pero la tranquilidad tiene un precio, y este es pagado cuando unos asaltantes irrumpen en la oscuridad de la noche, derribando a Rob y llevándose a la cerda, dejando que el chillido de esta quiebre por completo a nuestro personaje, que se arrastra por el piso herido física y emocionalmente. Es así que, al despertarse de su inconciencia, el hombre emprende junto a Amir un viaje hacia la gran ciudad, en la que los fantasmas de los que escapó lo encuentran no para atacarlo, sino para alabar la figura que fue años atrás.

La ópera prima de Michael Sarnoski, escritor de esta historia junto a Vanessa Block, nos transporta a un recorrido existencialista ligado estrechamente con un pasado que fue mejor, el cual fue dejado de lado por un suceso que resultó insoportable de sobrellevar. Alejada de la violencia explícita que presentan los últimos films de Cage, Pig es un relato sobre cómo la belleza de los pequeños detalles no solo enamoran, sino que permiten una segunda oportunidad. De esta forma, el personaje de Cage junto con el de Wolff atraviesan un camino de transformación en el que cada uno debe comprender su verdadero lugar en el suelo que pisan, qué huellas son las que dejan marca y cuáles se desvanecen con el tiempo.

Y hablando de un pasado que «fue mejor», qué otra opción para interpretar a este personaje herido que no sea Nic Cage, actor que transitó todo tipo de rincones dentro y fuera de las producciones cinematográficas de Hollywood. Desde los Coen a De Palma, desde John Woo a Disney, de ser un guionista frustrado -dos veces- a ponerse el traje de justiciero; sería hipócrita quedarse solamente con la lista de memes que nos dejaron sus diversas actuaciones a lo largo de los años. De todas formas, por más que su lista interpretativa sea tan larga como las dos cobras albinas que solía tener, no lo fue así su bienestar a la hora de expresarse como quería.

Frente a las últimas declaraciones, en la que leemos a un Nicolas Cage alejado de sus excentricidades y sincerándose sobre la montaña rusa de emociones que es participar en una de estas superproducciones, podemos empatizar con él, comprendiendo que este film, al igual que los anteriores, no son más que una mera manifestación de la ira (Mandy), incomprensión (Color out of Space), silencio (Willy’s Wonderland) y separación (la misma Pig) de este mundo ruidoso y superpoblado.

Como una tardía carta de despedida a Hollywood y a sus titiriteros productores, Nic nos regala no solo una de las mejores interpretaciones de su ardua carrera, sino que nos da un sincero y pausado suspiro hacia todo ese sufrimiento arrastrado de los viejos tiempos en los que creíamos verlo brillar.

Así, a través de este reflejo de tonos sepias, vemos a un Rob que no hace más que distanciarse de aquel mundo que lo idolatraba, solo para comprender que el silencio que busca no está en aquel bosque, ni en la vida que dejó atrás y mucho menos en la fiel amiga que perdió, sino que descansa dentro suyo.

 

 

 

 

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Lucas Soto

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