Crítica de Planta Permanente

Lila trabaja como personal de limpieza desde hace 30 años en un edificio estatal. Una nueva directora llega a la dependencia y todo se transforma en una lucha por sobrevivir.

Planta Permanente, Rosario Bléfari, Liliana Juárez

Lila y Marcela trabajan desde siempre como personal de limpieza en una dependencia estatal. Conocen sus recovecos como nadie y se han inventado una forma de subsistencia -y un sueño- gestionando un comedor absolutamente irregular en un rincón abandonado del edificio, pero los tiempos cambian. Llega una nueva directora, con discursos cínicos, plagados de lugares comunes, y con ella las promesas vacías, el cierre del comedor y una ola de despidos que destruyen el precario equilibrio de la vida en el Estado, transformando las tareas del día a día en una lucha por la supervivencia.

Ezequiel Radusky (Los Dueños), co-guionista y director del film, consigue traernos una crítica satírica a los esquemas laborales dentro de la esfera estatal, donde la envidia, la codicia y el compañerismo acompañan a las protagonistas de principio a fin. Un drama que gana puntos en las interpretaciones de la rutina diaria, la cotidianeidad de las relaciones y, por sobre todo, la naturalidad de las actuaciones. Liliana Juárez (El Motoarrebatador) y Rosario Bléfari (Silvia Prieto) vuelven a mostrar una excelente química con su dupla, seis años después de haber compartido escenas en Los Dueños. Sea la empatía que suele generar Juárez, o la compenetración de Bléfari en su papel, la película demuestra cómo dos compañeras, dos amigas, en vez de unirse se pelean hasta que finalmente ninguna gana nada e, incluso, terminan perdiendo todo.

Planta Permanente, Rosario Bléfari, Liliana Juárez

El trabajo en los diálogos es notable y no pasa desapercibido, al igual que el lenguaje y situaciones verosímiles que se pueden encontrar no sólo en una secretaría de obras públicas, sino en casi cualquier ámbito laboral. Una absurda lucha de personas de la misma clase, acompañada por subtramas secundarias que la dotan de autenticidad. Escenas simples y profundidad de análisis. Radusky no se satisface con esa dualidad y establece un cambio de autoridades con un consiguiente desequilibrio en las relaciones de poder en la administración pública.

Angustiante, inteligente y con un sutil humor negro que permite disfrutar historias comunes en la clase trabajadora. No se estanca en lo obvio y posibilita la percepción de las manipulaciones patronales en un lenguaje simple y conciso. Si a esto le sumamos unas protagonistas reales que saben llegar al espectador, lo que se obtiene es un producto final digno de apreciar.

7 puntos

 

 

 

 

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