Crítica de Red Rocket: la vuelta a casa no siempre es una bienvenida

Sean Baker vuelve a triunfar mostrando la otra cara del sur de Estados Unidos.

¿De qué va? Mikey Saber, que supo ser una estrella porno hace ya largos años, vuelve a su Texas natal para descubrir que no muchos lo esperan con los brazos abiertos.

Hablar de Sean Baker es hablar de la otra cara del sur de Estados Unidos. Ya conocemos las gloriosas palmeras inundadas por el sol californiano, los actores que gastan fortunas en cosas que probablemente no necesiten, las noches llenas de ruido y los nenes agitando sus peluches de World Disney World. Es por eso que Sean, desde sus inicios, se dedicó a contarnos qué pasa en las sombras de este paisaje de tonos cálidos.
Desde estrellas porno que buscan una segunda oportunidad, dolores amorosos y vengativos entre proxenetas y prostitutas, a niños que viven rodeados de madres que hacen lo que pueden y drogas que las destruyen; Baker nos regala estas diversas visiones sobre este mundo escondido, del que nadie se atreve a hablar o simplemente decide ignorar.

Pero para su última película, Baker nos propone otras preguntas: ¿Qué pasa cuando ese mundo, cruel y desesperanzador, nos termina de tirar por la borda? ¿Cuál es el siguiente paso? La respuesta es Red Rocket, la historia de un marginado que vuelve a su hogar con la esperanza de volver a brillar como lo hizo en el pasado, si es que alguna vez lo hizo.

Siguiendo los pasos de Mikey Saber, interpretado por un Simon Rex que arde, comprendemos que su astucia, buenos modales y perspicacia no son más que una excusa para salir a flote. Nos compra con su simpatía, pero a medida que el film avanza, las verdaderas intenciones de Mikey y de llevar a la fama a la menor Strawberry (Suzanna Son) no son tan puristas.

Conviviendo con su actual esposa Lexi (Bree Elrod) y su suegra Lil (Brenda Deiss), las cuales le ofrecen su humilde casita tras que Mikey las abandonara para ir a probar suerte a Los Ángeles, el dotado amigo se las ingenia para conseguir alguna que otra moneda para subsistir, pero su verdadero artilugio, esa arma que lo hizo llegar hacia donde está ahora, es su lengua. Mikey habla, y habla mucho, y con este gran poder no piensa dos veces en convencer al primer imbécil que se le cruza para sacarle provecho.

Lo más curioso de este personaje, en contraste con los de películas anteriores, es que Mikey es el resultado de todo un arco de aprendizaje aprendido por Jane (Starlet), Sin-Dee (Tangerine) y Halley y Moonee (The Florida Proyect). En estas tres entregas, los personajes deben atravesar desde el Valle de San Fernando hasta Orlando para poder aprender de sí mismos y de sus verdaderas metas. Mikey parece que ya obtuvo este aprendizaje y lo lleva a su lugar natal, solo para descubrir que aquello que aprendió no fue mas que un engaño, ya que el mundo real, aquella Texas que subsiste entre drogas y donas multicolores derretidas bajo el sol, se encarga de darle un sopapo atrás de otro.

De esta forma, Baker se encarga de seguir produciendo preguntas que se irán resolviendo a medida que los personajes estén dispuestos a responderlas. Porque de esto van sus películas, de pobres desgraciados quedados en el tiempo que tiene una pequeña chanche de salir a flote, pero la zona de confort, desgraciada y oportunista, los arrastra a tomar tantas decisiones erróneas como sean posibles.

Don´t want to be a fool for you, just another player in your game for two, you may hate me but it ain’t no lie. Baby bye bye bye.

Con estas letras de NSYNC inicia el film, trayendo a un Mikey esperanzador de California a Texas. De manera muy acertada, la canción funciona como un preámbulo de este personaje que dejó todo atrás por una nueva oportunidad. ¿Pero esta canción se resignifica a lo largo de su viaje? Es acá donde pongo un punto final y los invito a ver una de las películas más palpables, y por ende mejor logradas, de este año que recién inicia.

estrella45