Crítica de Stillwater: desde Marsella con amor

Unas líneas sobre la última película de Matt Damon, a las órdenes del director de Spotlight.

Stillwater, Matt Damon

¿De qué va? Dejando una Oklahoma sin sentido, Bill viaja a Marsella para ayudar a su hija Allison, que está en prisión por un crimen que ella asegura no haber cometido.

Entre paredes destruidas y sueños pausados, Bill (Matt Damon) recoge los escombros del estrago que dejó un tornado pasajero. Mira a aquellos que lo perdieron todo, contempla las miradas que se replantean un futuro, que se preguntan: «¿Qué sigue ahora?»

«- ¿Qué pasará con el pueblo una vez que lo limpiemos?
– Lo reconstruirán.
– Y la gente, ¿volverá?
– La mayoría sí. Es una locura. No creo que a los estadounidenses le guste el cambio.»

Así, viviendo en silencio, masticando una herida que lo puso en piloto automático, comprendemos que Bill no solo recoge pedazos por su profesión de operario en una plataforma petrolífera; son sus propias partes, la de una persona fragmentada, las que deberá rearmar en este viaje hacia lo desconocido.

Sin muchas vueltas, observamos a Bill saliendo de su Oklahoma natal rumbo a Marsella. En el aeropuerto acaricia suavemente un collar con el nombre Stillwater, el pueblo dónde él vive. Donde vivía Allison.

Stillwater

Ya en tierra francesa, evidenciamos que su estadía no es meramente por gozo sino que es para visitar a la mismísima Allison (Abigail Breslin), su hija, que cumple una condena de 9 años por homicidio.

Dejando entrever una relación conflictuada y con un roce algo vergonzoso, Allison le tiende una carta a su padre, la cual presenta una posible pista para sacarla de allí.

Sin ayuda de la jueza que cerró el caso hace años, el padre se embarca en una misión para rescatar lo poco que queda de él, pero no sin cruzarse con Virginie (Camille Cottin) y Maya (Lilou Siauvaud), madre e hija que guiarán a nuestro protagonista a través de este tormentoso camino, iluminándolo con una nueva esperanza: el reconstruir el símbolo de familia desde cero.

En este film sobre la reconstrucción del seno familiar, Tom McCarthy (Spotlight, Win Win) nos presenta a un personaje que se disputa por rearmar las piezas de un pasado roto y hacerse cargo o, al menos, poder sacar una hoja en blanco para reescribir de nuevo, esta vez aprendiendo de los errores de antaño. La dualidad y los largos silencios interpretados por Damon son, por lejos, lo mejor que presenta el film. Con él exploramos en profundidad un dolor diferente, uno que no emite palabras, un dolor vergonzoso, culposo, soberbio e inexperto. Por el otro extremo tenemos a Cottin, que en el papel de Virginie presenciamos cómo aquella alma rebosante de curiosidad se va moldeando a las necesidades de Bill, cayendo lentamente en un espiral de silencios incómodos y dudas existenciales. ¿Puede el hombre rearmar su propia base sin desestabilizar sus pilares? ¿Puede abrazar las nuevas oportunidades, dejando atrás aquello que lo atormenta día y noche?

Con un registro clásico que no se sale de la norma, McCarthy nos regala su epopeya paternal apoyada en un verosímil que roza lo ingenuo, pero es lo suficientemente inteligente para brindarnos una estructura rica en situaciones que plasman en primer plano el conflicto paterno, y masculino, de un roughneck trumpista en medio de una tierra liberal, dónde las oportunidades nublan la holgura de una mente enajenada.

«¿Qué pasa con nosotros, papá?» le pregunta la hija al padre.

Stillwater se encarga de explorar esta pregunta, dándonos varias respuestas posibles sobre lo que es mantener un legado, ocuparse de las responsabilidades y el aceptar la sangre que corre por nuestras venas, pero no sin ofrecernos una vía secundaria, en donde un nuevo comienzo sanador es tan necesario como peligroso.

estrella35

 

 

 

 

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