Crítica de T2: Trainspotting

Veinte años después, continúan las peripecias del grupo de ya no tan jóvenes heroinómanos de los suburbios de Edimburgo encabezados por Mark Renton.

La historia comenzó con Irvine Welsh, el escritor; fue manipulada por John Hodge, el guionista; estilizada por Danny Boyle, el director, y encarnada por Ewan McGregor, Robert Carlyle, Jonny Lee Miller y Ewen Bremner. El mismo equipo del éxito del ’96 se vuelve a reunir para dar a luz una de las películas de reencuentro más verosímiles que alguien recuerde. Dejando la heroína de lado, T2: Trainspotting se centra en las idas y vueltas de la amistad de un cuarteto de personajes entrañables.

La trama es similar a la de la anterior película: Renton (McGregor), Sick Boy (Lee Miller), Spud (Bremner) y Veronika -una prostituta- se pelean por un fajo enorme de dinero. Mientras tanto, Franco (Carlyle) sale de la cárcel dispuesto a vengarse de Renton, ya que el fanático de George Best se mandó una de las suyas hace veinte años. Ambos films comparten planos: persecuciones, monólogos, Renton en su habitación en analogía con una toma de la predecesora. Los personajes más impensados y las canciones representativas también entran en escena.

Boyle supo representar el mundo de la droga en Escocia con la imposición de un estilo único, frenético, con la velocidad de un videoclip y cargado de planos visualmente cuidados. La marca de agua lograda por el director de Slumdog Millionaire sienta las bases de la secuela. En T2: Trainspotting hay más cortes que en la original; su ritmo es aún más nervioso y la música, la trama, los planos y los personajes se repiten, es decir, son fieles a esas bases, al universo creado. Boyle recurre a los mismos recursos del éxito y de esta manera se asegura seguidores y va a la caza de nuevos fanáticos. Prepara una película para que aquellos que hayan visto Trainspotting se sientan sumamente agradecidos y privilegiados, aunque se toma el trabajo de explicarle a los espectadores que no la vieron el acontecimiento más importante.

Si los personajes no hubieran sido creados y trabajados de forma exquisita o el universo Boyle-Welsh no hubiera cuajado, T2: Trainspotting perdería la capacidad de mostrarse nostálgica y emotiva. El director aprovecha escena tras escena para cachetear al fanático con alguna referencia u homenaje y la amistad entre los cuatro personajes se convierte en el eje central de la historia. Spud, Renton, Sick Boy y Franco pelean por su redención y, con el paso de los años, todos logran la independencia suficiente como para ofrecer cada uno una moraleja distinta.

Paradójicamente, el conflicto de T2: Trainspotting reside en la dificultad de vivir sin Trainspotting. Aquellos que deseen iniciarse en este universo sin haber visto el génesis se perderán de muchísimos guiños y homenajes. De lo contrario, se encontrarán con una película muy bien dirigida; ecléctica, nerviosa, cargada de cuidados planos cortos al ritmo de la música y de trama entretenida, pero sin gancho nostálgico.

estrella35

 

 

 

 

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